20 febrero, 2014

Skool







¿Sabes por qué es necesaria la escuela? Porque necesitan rompernos para que quepamos en sus moldes. 
No hay nada más peligroso que el pensamiento infantil. Por eso cuando son niños nos encargamos de incorporarlos a la realidad, que no es otra cosa que nuestra realidad modelada y dirigida por los intereses de los poderosos. 
Los rompemos porque si estuvieran completos no funcionarían en nuestro sistema, hábil para exprimir lo necesario de almas con poca voluntad pero poco capaz de lidiar con espíritus completos, especímenes necesarios dentro de diez o quince siglos, no ahora que la guerra se basa en el interés personal; gente como esa únicamente estorba en una reyerta común y corriente como la disputa actual por el poder. 
Por eso mismo debemos aprender a mantener la mente infantil, porque en ella reside la grandeza de la humanidad: la capacidad de saber que la existencia significa mucho más que poseer, vengar o humillarse, que el regalo precioso de la conciencia nos ata a una realidad enorme y a la vez sagrada en la que caben tanto los apetitos como las enfermedades, del dolor de ver a un hijo pequeño ser torturado a la belleza de la música, la miel de abeja y la necesidad de una muchacha virgen de entregar su corazón a un hombre deseoso de complacerla. 
Nuestros límites cuando somos niños son tan escasos como la lluvia en mayo. En cambio, después de pasar por su rasero somos capaces de caer en los más simples engaños, alquilar nuestras vidas para su beneficio y creer que somos mejores que alguien porque tenemos en las manos un brillante y refinado producto lo suficientemente caro para que exista una satisfactoria barrera entre quienes pueden poseerlo y quienes no. Con eso me mido, con eso soy feliz y especial. Para eso se necesita a la escuela. Porque reconocemos que estamos demasiado atrasados conforme a nuestras capacidades. 
Porque el éxito de nuestro sistema se basa en la dominación de la parte salvaje de nosotros, la parte que al final del día nos hace avanzar. Y la que nos espera. 
En nosotros reside la semilla de la verdadera humanidad. Pero estamos demasiado atemorizados para reconocerlo. ¿De qué tenemos miedo, seres sensibles y mortales? De atrevernos a ser dentro de un mundo dominado por los menos insignes pero suficientemente inteligentes y ambiciosos.