Capítulo chincue - Tokio mon amour
El sagrado Monte Fuji desde el shinkansen. |
5月19日 (日)
9:00 (朝) 新幹線
Cats are the same wherever you go. |
Rumbo a Tokio a bordo del shinkansen. A la cena by the river de ayer no
fueron ni los franceses ni las coreanas. En cambio, además de Yoshi, el dueño,
acudieron Ben, un alto y delgado australiano de calva incipiente, y una chica
de Bangladés cuyo nombre nunca supe. El arroz creció un tanto desde la última
vez que pasé por aquí hace más de una semana. Compramos 'comida' en un Lawson
(Yoshi se agenció una botella de vino, el borrachín) y fuimos a plantarnos
junto al Kamogawa. Ben se proclamó como amante de la naturaleza —Miyajima fue
su hit—, de andar en bici y meditar. Se dijo anti Feizbuk y sacó un celular del
año del caldo lleno de raspones como para probar su áspera vida de Nature
Loving Boy. La bangladesí en cambio tenía un Galaxy S III (lo último de ese
momento, con lo cual pueden datar la época de esta historia) y era fan de
Instagram y demás. Era una chica de no más de 25 años, delgada, color
chocolate, rostro fino y ojos penetrantes. Musulmana orgullosa de serlo,
obviamente d una casta alta, presumía sin pudor sus muchos viajes por Asia.
Afirmaba que los japoneses eran los más amables del Far East, y en cambio los
chinos le parecieron difíciles. Animado por el vino y su nueva
"esclavitud" producto de su matrimonio con una bella coreana y una
bebé de cachetotes, Yoshi alargó la plática todo lo que pudo, explayándose
sobre el decaimiento de Japón, el próximo declive chino —"la revolución no
tarda", aseguró enfático—, la fuga de cerebros nipones hacia Surcorea y
demás. No se terminaba su botella cuando los otros dos decidieron que era
momento de regresar e invertir de otras formas su sábado por la noche. En el
camino nos detuvimos a tomar una foto desde el puente y el buen tío Ben
sacó un esmartfon para hacerlo. Automáticamente me cayó mal. Bueno, no sólo era
su pose de chico naturaleza más falsa que las buenas intenciones de Peña Nieto,
sino que se había entendido con la guapa bangladesí. Retornamos, pues, al
hotel, donde los franceses cenaban, exhaustos por su viaje a Hiroshima (el día
anterior los había convencido de llevarlo a cabo). La francheta joven y la
bangladesheta congeniaron de inmediato y se pusieron a presumir —en un diálogo
casi a gritos— los viajes que habían tenido. En ese punto me dio hueva suprema
y fuíme a jetear.
Visto en Shibuya, Tokio. |
Para todos con los que he hablado, México significa muertos, droga y
mafias crueles como 'democracia' gringa. A quienes no me interesa que visiten
mi país les cuento historias sobre Xipes modernos y demás horrores a los que
los narcos nos tienen acostumbrados. A quienes quisiera ver allá les
aseguro que es más faramalla de los medios que otra cosa.
Melancolía eléctrica. |
Ahora en el shinkansen me acomete la melancolía. No exactamente
melancolía, sino reflexión acerca del rumbo de mi vida y lo que debo hacer para
llevarla a más altos vuelos. Vine solo a Japón (frase que prueba la estupidez
de la RAE al quitar la tilde a "sólo") para convencerme que puedo
hacer lo que quiero sin tener a nadie que me lleve de la manita. Por eso vine
sin libros guía ni mapas ni san Google san, por eso escribo esta bitácora —que
a algunos lectores debe fascinar, chismocitos—. Nada es estático, nada permanece.
No te aferres. No empujes pero persevera. No te quedes en las palabras.
Así es el metro tokiota por dentro. Wow. |
1:00 (昼) Ikebukuro (池袋)
Tomando una Corona de 80 varos. Pinche Tokio caro. A mi izquierda un par
de douchebags con dos nenotas. Me siento un curtido turista en comparación con
la primera vez que estuve aquí. Estoy a mis anchas —aunque necesito una ducha.
Ramen, manjar de dioses. |
9:20 (夜) 池袋 (Ikebukuro)
Estoy, de nuevo, en el café/restaurante/bar del hotel. Un corrillo de
nipones más rucos que jóvenes asedia a un par de gringas, una gordita y la otra
supremamente guapa, en un inglés irrisorio. Vaya que los domingos en la noche
son animados en la capital de Nihón. Tras registrarme en el hotel y descubrir
fascinado mi single room con baño propio, darme una ducha y arreglar mis cosas,
fui a comer mi primer ramen en Japón. Buenísimo, mi platillo favorito. Además
del ramen tradicional, que recomiendo para iniciarse en el mundo de los
tallarines rizados —las maruchan no cuentan—, hay variedades con ajo tostado,
cebollín, cerdo triple, pollo, germen de soya, etcétera. El de cebollín vale la
pena también. Y el de triple cerdo si aman el tocino.Ya con la panza llena fui
a la Universidad de Tokio a reunirme con Nobu. Comenzó a chispear. No me perdí
en la colonia (la estación de metro queda un tanto retirada de la universitat)
gracias a las prolijas y amables explicaciones —en japonés. Hasta que las
largas clases de "como pedir indicaciones" dieron fruto— de una
pareja de estudiantes con lentes, como casi la mitad de la población nipona. Tras
extraviarme un poco en el campus, porque había una especie de feria de ciencia
y artes, di con Nobu y lo acompañé a comerse un... ramen (con ajonjolí negro).
Luego fuimos por un té. Nos cruzamos con un nutrido grupo de universitarias en
minifalda; fue ahí cuando se me ocurrió eso de que en primavera y verano Japón
es un bosque de piernas desnudas [y femeninas, thanks god]. Nobu prometió ir a
México en verano —lo cual cumplió hasta primavera del año siguiente.
El trío danés. |
Regresé a
Ikebukuro a escuchar el festival veraniego de jazz. Estaba una banda danesa
(piano, bajo y bataca) bastante buena que me recordó a Keith Jarret —¿ven cómo
siempre que conocemos algo nuevo lo comparamos de inmediato con una cosa ya sabida?—.
Tras ellos cerraron el festival un trío (dos guitarras y cajón) de nipones
peinados como animé que tocaban "flamenco". El público —un tato parco
comparado con los desbordados mexicanus—enloqueció cuando tocaron una versión
"flamenca" de Hotel California. Los tipos eran ultra mega mamones.
Hablaban entre rolas de su exitosísimo concierto en Central Park, NY, en enero
¡del año anterior!; hablaban y hablaban de los populares y amados que eran en
Niuyork. Para estándares mexicanos los tipos eran insufribles, pero para la
modestia nipona superaban con mucho los límites de la mamertez. Sin embargo la
gente aplaudía como si el terceto de peinados de salón fueran los Beatles
revividos. Asqueado (como buen mamerto myself), me fui al hotel a ver un poco
de tele (que apesta como la mexicana) y luego bajé a tomar un par de coronas a
precio Polanco y escribir esto. Las gringas ya escaparon de los japoneses
ebrios. Yo hago lo mismo. Oyasumi.
El trío flamenco niponés. |
5月20日 (月)
12:00 (昼) Asakusa (浅草), cerca del Sky Tree
Estación Ueno (上野). |
Me levanté a las 7, dispuesto a explorar la capital nipona, sin embargo
la lluvia no se había detenido desde la tarde anterior. Miento, el plan
original era ir a Hakone (población a una hora en tren) a ver el Fuji y
disfrutar de un onsen (温泉, baño de agua termal),
pero como la lluvia y la niebla estaban de a peso —frase actualísima— decidí
cancelar el viaje, pues sin duda no vería una mierda del famoso volcán. Fui a
desayunar sopa y tostadas —el jugo de naranja y la papaya fruta picada
son lujos para ricos aquí— en el caro café del hotel, y tras terminarme un
tazón gigante de sopa aguadísima pero no por eso menos sabrosa, ante el clima
me sentí tentado a quedarme en el hotel a leer a [papi] Dostoievski, pero mis
pies, descaradamente autónomos, me dirigieron al metro y de ahí a Asakusa,
específicamente a la Puerta del Rayo, Kaminarimon (雷門).
Revitalizante llovizna y "misteriosa" niebla me acompañaron. El sitio
estaba lleno de turistas chinos, quienes por su actitud y manera de vestir me
recordaron a los tolucos (excepto honrosas excepciones, Toluca está llena de
gente prosaica, petulante y gris). Fui al Templo del Rayo y curioseé entre los
puestos de suvenires. Me crucé con un par de españolas, fueron las primera
palabras en mi idioma que escuchaba en dos semanas. Luego caminé hasta el Sky
Tree (para lo cual debí cruzar el caudaloso Río Sumida, 隅田川),
reciente y enorme construcción fálica con la mejor vista de la ciudad, tan alta
que las nubes cubrían su parte superior. Además de la torre tienen un acuario y
el infaltable shopping mall. Asustado por los precios y mi decreciente reserva
monetaria, me contenté con comprar un par de madres de Evangelion. Había unas
cubiertas para iPhone tan chinguetas que me hicieron desear uno sólo para poder
ponérselas —en serio.
El Sky Tree picándole la panza a las nubes. |
Después descubrí que la entrada al mirador del Sky Tree
costaba 2,000 yenesotes, y que había que esperar media hora para subir porque
una multitud hacía fila. Decidí no subir, me causaba fiaca y codez cumplir con
esas condiciones para ver nubes y niebla por más que me gusten, así que me fui
en busca de un restaurante (que como ya dije abundan como hongos en bosque en
época de lluvias). Elegí uno de tonkatsu, o carne empanizada y freída —en ese
sitio caí en cuenta que puedes pedir arroz blanco gratis, el equivalente a las
tortillas acá—. De ahí de vuelta al hotel, donde me tomé mi tradicional Corona
con "limón" (una especie de lima/limón). De aquí iré finalmente a
Shibuya.
Cartel de una infumable peli de Swcharshy. |
7:00 (夜)池袋
Akihabara (秋葉原), paraíso geek. |
No fui a Shibuya, sino a Akihabara, el Tepito de Tokio. Esto lo decidí
en el metro, parado frente al mapa, y la verdad no sé por qué. Además de las
tiendas de electrónicos, el lugar es pletórico en establecimientos de manga,
aidoru stuff, girl-bars (populares antros para hombres atendidos sólo por
chicas, que pueden sentarse contigo y reírse de tus chistes, aunque es
prohibido tocarlas) con jovencitas cospleyeadas, palacios de videojuegos y de
ropa y accesorios BDSM. Alegre recorría uno de
los tantos sitios dedicados a las aidorus (porno, porno everywhere) y al
manga/animé cuando me entró un malestar súbito y devastador como crack de la
Bolsa. Sudaba y tenía náuseas. Pensé en retirarme al hotel, pero no había ido
hasta allá para huir con la cola entre las patas, así que me forcé, jalando
aire con la boca abierta, y continué con el recorrido. Compré figuritas hechas
en China de Gokú y otras para amigos y parientes que eso habían encargado y
luego, finalmente, mi carísimo diccionario electrónico. Después pasé por la
calle de los girls-bars, atascada de nenas cospleyeadas en minifalda que te
invitaban a entrar. Lamentablemente no te dejaban tomar fotos. Evangelion 3.33
se promocionaba en cada nicho disponible, la música de Beethoven y la original
de la serie se escuchaba por todos lados. Debía sentirme realizado —como buen
geek—, pero las náuseas eran superiores. Derrotado por mi sistema digestivo
luchando con la comida alien, volví al hotel, en donde en vez de mi Corona
estoy tomando un té hawaiano más amargo que la bilis (o el chaparro amargoso).
Estacion de metro/tren. |
5月21日 (火)
11:00 (朝) Sakura Hotel, 池袋
Estoy en espera de que se lave mi ropa en las lavadorasecadoras del
hotel. Ayer, tras el té amargo como realidad mexicana me sentí mejor y pedí una
Corona. A mi lado se sentaron un gringo y un australiano que hablaron horas de
Game of Thrones. Después me fui al cuarto a jugar con mi diccionario. El
juguete vale los ¥36,000 que costó. Hoy desayuné rodeado de chavos y
chavas (no me pidan que hable de las chavas, pero ¡qué chavas!) uruguayos que
están recorriendo el mundo. Mi plan era ir al zoológico de Ueno (la prisión de
animales de Ueno, pues), pero esto de lavar ropa me quitó la mañana, así que
iré a la librería de Ikebukuro y después a Shibuya, ahora sí. Tras 渋谷 (Shibuya) veré dónde como y por la tarde Harajuku (原宿) y
Omotesando (表参道). Mañana Hakone y por la
noche acompañaré a mi senpai Jorge —compositor y estudioso del koto y el
shamisen— a un concierto. Cuatro días más y estaré volando de vuelta a la mitad
de México que nos queda.
Tokio está condenado a desaparecer cuando se terminen de derretir los polos. |
11:00 (夜) Ikebukuro (池袋)
El megaultra famoso cruce de Shibuya. |
Laaaargo día. Tras comprar libros en 池袋 fui a
Shibuya, el sitio más famoso de Tokio para quienes hemos visto Lost in
Translation, Resident Evil y miríadas de pelis más. Ahí se encuentra también la
estatua de Hachi the dog. Otro lugar retacado de varo y consumismo, consumismo
y chicas guapísimas. Entré al Tower Records (yo, que soy pro-piratería —no le
digan al FBI ni al NMPA—) y me perdí un rato entre los miles de discos ¡más
baratos que en México! Sentíme un poco decepcionado porque no tenían el disco
de Geinō Yamashirogumi (芸能山城組) que
tanto soñaba conseguir acá, ni tampoco nada de Frank Zappa. Para desquitar
compré el cedé de Daft Punk (RAM) que había salido al mercado ese mismo día.
Afuera del Tower me topé con la familia de franchutes que conocí en Kioto
—mother of invention casualties—, quienes me recomendaron cierta calle
de Harajuku, y para allá me fui ipso facto (hasta en latín les hablo, qué
bárbaro). No estaba lejos, pero tomé el metro porque soy un huevón hacía
un calor de los trece mil demonios. La calle en cuestión, Takeshita-dōri [竹下通り], resultó ser reducto de tiendas de ropa dark,
punk, neodadá, rocker, BDSM, goth lolita y demás “tribus urbanas”. Como el
tianguis del Chopo en su era de gloria. No se pierdan este sitio, y no se dejen
amedrentar por los inmensos negros que en japanglish les intentan vender
iPhones y Galaxys. Regresé a Shibuya a comprar un poco de ropa —a donde fueres
haz lo que vieres—, comer un delicioso ramen de ajo tostado y luego al hotel a
bañarme porque mecai que el calor estaba jodedor. Volví a Shibuya (atardecía) y
me metí a ver la chunflada de Iron Man III en 3D pa checar cómo eran los cines
nipones. La sala estaba casi vacía, y la pantalla, la más grande del complejo,
era pequeña en comparación con los templos/cines gigantes que tenemos en México
gracias a los parricidas Ramírez. Saliendo, ya de noche, pasé a Shinjuku para
conocerlo en la oscuridá (cuál, casi hay más luz que en el día). Cené en un
nefando McDonalds —los nipones le llaman ‘makudonarudo’— en Ikebukuro.
Bienvenido a Japón, donde los McDonalds abren 24horas y puedes fumar sobre la
hamburguesa de tu vecino.
Hachi el perro. De seguro recordaron a Richard Gere. |
Takeshita-dōri. No se alcanzan a ver los negros vende celulares. |
5月23日 (木)
8:30 (朝) Ikebukuro
Imagina una extensión absolutamente negra. Oscura, fría, infinita. En
el centro de la negrura aparece un punto blanco, pequeño pero brillante como
estrella lejana. Es algo en la inmensa tiniebla, pero muy, muy pequeño.
Te maravillas, sin embargo, que pueda existir entre tanta nada oscura. Acércate
poco a poco. Descubre que brilla, sí, como una estrella. Pero entre más próximo
lo tienes descubres que ese único reducto de luz resiste la infinita presión de
la tiniebla que desea ciegamente aplastarlo. De hecho, ya más cerca te das
cuenta que el negro comienza a filtrarse dentro dela blancura, diminutas
ramificaciones de oscuridad la penetran y craquelan. De un segundo a otro la
presión exterior gana y el punto blanco desaparece. Todo vuelve a ser negro,
absoluta y fríamente negro. Es tu vida, pequeña y brillante, excepcional y en
contraposición a la no-existencia que todo lo cubre. Es tu vida, lo único que
tuviste, tienes y tendrás, y dura menos que un suspiro. ¿Qué harás con ella?
¿Por qué tienes miedo de hacer lo que quisieras hacer? Del negro vamos y al
negro volvemos. Qué más da.
Amables lectoræs, habrán notado que no hay registro escrito del día
anterior, miércoles 23. Eso es porque, además de que fue un día ajetreado, caí
en ese cursi existencialismo prototaoísta al que soy afín. Sentía que mi viaje
al Japón carecía de objetivo. Una desgana similar a una cruda de mañana de
domingo dominaba mis músculos y neuronas. Sin embargo tuve frente a mí dos
casos de existencias enfocadas en realizarse que me dieron una lección.
Pasillo perdido en una de las tantas estaciones del metro. |
Shibuya again. |
Primero fui a Akihabara en busca de un libro de arte de Tekkonkinkreet
(鉄コン筋クリート, película de animación que DEBEN ver o morirán sin
disfrutar uno de los mayores hitos producidos por la maquinaria manganimática
japonesa) que vi en Kioto pero no compré por codo —no sean codos, niños, no
sirve de nada—. Recorrí las muy surtidas librerías de cómic manga (atascadas
de historias desconocidas para su servilleto) y hentai de todos los tipos para
todos los gustos, pero nada de lo que yo buscaba. Terminé en una concurrida
librería de viejo de siete pisos con precios baratísimos y productos mínimamente
usados. Una maravilla que me sirvió para surtir algunos discos. Ante la edición
completa del manga de Akira, con un precio de tan sólo 200 pesitos en total,
vacilé porque, como buen ígnoro neolítico, pensaba que el límite de peso de la
maleta en el avión era la mitad de lo que en realidad era. Regresé a Ikebukuro
a almorzar (ramen again) y tomar una siesta motivada por mi ánimo zozobrante.
Partí para Shibuya a reunirme con mi senpai
Jorge, a quien conocí en la escuela de japonés y siempre he admirado por
su disciplina y entrega miméticamente nipona. Fuimos a Shinjuku il mio amore
—si pudiera elegir cualquier sitio de la Tierra para vivir, Shinjuku está en
segundo lugar de la lista— a comer. Buscábamos un negocio de ramen, (sí, estoy
enfermo por el ramen) pero no dimos con él. Admiraba las calles del barrio
tokiota con la bocota tan abierta que se me hubieran metido varias moscas y un
ejército de zancudos si no fuera porque no había. Terminamos en un súper
pequeño/nice sitio de "men" o tallarines. Servidos con la salsa
aparte y una diminuta ensalada —extrañaba muuucho la verdura fresca—,
resultaron una delicia gourmet. Mientras nos atascábamos, Jorge contaba sobre
su escuela (donde estudiaba shamisen, 三味線
["tres cuerdas"], instrumento tradicional nipón que se toca con una
púa) y el estricto sistema japonés —10 horas de estudio y luego baito, o
trabajo de medio tiempo— que tanto admira. Realizado, apenas y extrañaba
México. Los tacos, tal vez, y a su mujer, mucho.
Otro paraíso geek en Akihabara. |
Debo decir —banalidades de la
vida— que encontrarme con un mexicano y hablar con "güey", "no
mames" y "chingón" tras tantos días resultó un oasis mental.
Imaginen lo que significaba para él con casi diez meses en la isla. El buen George,
recién llegado al tercer piso, tenía senpais ocho o nueve años menores. Leve
paréntesis cultural (¡hurra!, gritan algunos lectores, ¡shale, qué hueva, eso
ya lo sé!, mascullan otros): en las escuelas —y en los trabajos—,
principalmente la universidad y la prepa, quien está en los semestres
superiores es tu senpai [先輩], al
que debes respetar y obedecer (e incluso hablarle de usted); en cambio, los de
semestres inferiores son tus kōhai [後輩],
quienes te obedecen y respetan —y obvio se refieren a ti como
"senpai"— aunque eres responsable de ellos. Tras cenar/comer (como
allá se acostumbra, es decir, la comida fuerte es como a las 6 de la tarde)
fuimos al Jazz Spot, antro antiguo y venerable.
輝&輝 in da house. |
Se presentaron un dúo de chicas
(24 y 25 años) que tocaba shamisen "moderno" —es decir, del tipo futozao
(太棹) de shamisen, que se toca con mayor energía y es
harto popular últimamente— acompañadas por una guapa percusionista harto hábil,
una saxofonista y un bajista virtuoso de 20 años. Presentaban su segundo disco
(que compré y autografiaron). Excelente banda —Ko & Ko, 輝&輝—, me impresionó su apasionamiento
y obvia dedicación, eran notorias las horas y horas de práctica. Se me olvidaba
decir que una vez en el antro jazzero llegó un senpai de Jorge, un jovencísimo
y delgado nipón también estudioso del shamisen. En resumen, el público se
rindió (nos rendimos) ante 輝&輝. Llegué casi a las 12 al hotel impresionado por lo que la voluntad y
la dedicación pueden hacer. Pero antes una anécdota que suelo contar y a mis
amigos ya les aburre: el metro que me llevó a mi refugio temporal —todos son
temporales— olía a borracho. Lo abordaban los acostumbrados tokiotas
silenciosos (es de mala educación conversar o hablar por teléfono en el tren) y
bien vestidos, quienes ante un no tan agudo escrutinio revelaban las dos o
cinco cervezas que acababan de ingerir. Dos jóvenes consolaban a una chica en
cuclillas que estaba a punto de vomitar. Así las cosas el miércoles a las 11 de
la noche. Casual. Y no juzguen su alcoholismo, no pequen de hipocresía, sino
admiren (como yo) su sociedad que permite la bebida sin vergüenzas porque ellos
nos arman barullo ni tiran patadas como algunos solemos cuando los tragos se
suben a la mollera.
Los elegantiosos/calurosos guantes blancos de un conductor del metro/tren. |
1:00 (昼) Ikebukuroのramen-ya
Tras levantarme tardísimo (8:30; ya sé, soy un party monster) fui a
desayunar las tradicionales tostadas de pan blanco y sopa aguada del café del
hotel. Los uruguayos son miles. Y las uruguayas, ummm. Tenía planeado ir al
museo de ciencia a ver los dinosaurios, pero una vez más mis rebeldes pies
decidieron por sí mismos —no hay respeto por las jerarquías corporales anymore—
y me llevaron a Asakusa a comprar los omiyages ('it's not a souvenir, it's an omiyage!')
que me faltaban. De las cosas que voy a extrañar de aquí es poder sorber los
tallarines. Reforzando lo dicho poco arriba: los nipones desayunan en la
madrugada, almuerzan onda 1 o 2 y cenan como a las 6~7. Y engullen a velocidad
luz, en lo que leíste esta frase ya se terminaron un ramen que yo tardo quince
minutos en comer.
Chinas bajo la Puerta del Rayo (雷門), Asakusa. |
4:30 (昼) Sumida (墨田), Sky Tree
Bajo la no-sombra del Árbol del Cielo. Debo esperar una hora para poder
subir. 人がいっぱい。Penúltima tarde en el
Japón. He encontrado la paz, e inspirado por los múltiples ejemplos de
dedicación, muero por regresar y acometer con “nuevos bríos” mi trabajo (obra y
chamba) hasta conseguir esa pasión/dedicación que he venido a encontrar en esta
isla. Tras comer fui a Ginza (銀座), que
es todo lo que Polanco quisiera ser —aunque con menos árboles—. Huele a Quinta
Avenida. Carece un tanto del encanto oriental de Shinjuku, pero el lujo y el
caché rezuman de cada ladrillo y centímetro de concreto. Vagabundeé espiando
las tiendas de diamantes y ropa italiana (puras nacadas, la mera verdá, sobre
todo el carbono los diamantes, se me hacen horribles). Me topé con una
gigante tienda de discos especializada en jazz y clásica. Entré, esperanzado en
encontrar mi disco de Geinō Yamashirogumi. Hablé con una de las encargadas,
quien tras una búsqueda descubrió que en el catálogo tenían como 20 cedés de la
banda, pero ninguno en existencia. Cabizbajo, volví a la calle, donde vi a un
monje pidiendo dinero. Más adelante un sujeto trató de venderme un enorme mapa
de Tokio en 1950, que no compré porque temí que se hiciera añicos durante el
vuelo. Regresé al tren subterráneo y vine a Sumida. Se me cayó la quijada hasta
las botas cuando vi la fila para subir a la “torre más alta del mundo”. Pero
pos ya qué.
Tokio desde el Sky Tree. |
8:00 (夜) Ikebukuro (池袋)
El Sky Tree (¥2,000) es más faramalla fálica que otra cosa, de hecho
considero que no vale la pena pagar los mil yenes extra que cuesta subir otros
50 metros sobre el mirador principal. La vista es impresionante, claro está —recomiendo
ir de noche (o al anochecer)—, pero hay demasiada gente y no se puede disfrutar
a gusto. Digamos que fui para poder decir que estuve en la
torre-más-alta-del-mundo. Cuando regresé a las calles de Sumida la noche caía
con la lentitud propia de estas latitudes. Exhausto, viajé en el metro contemplando
a una chica de minivestido y medias, impecablemente peinada y maquillada, con
una bolsa Louis Vuitton, iPhone, etcétera, es decir, todo el kit. Supuse que
debía ser la persona más feliz del mundo, puesto que estos accesorios la
prometen —‘te lo firmo y te lo cumplo’— con confiada seguridad. Ya sé, “el
dinero no da la felicidad, pero es mejor llorar en un Ferrari”, dirán algunos,
pero permítanme decirles que están bien weyes, que el consumismo (mejor dicho,
el capitalismo actual) no sólo nos ha vuelto seres vacíos y solitarios, sino
que agrede al planeta de una forma salvaje, estúpida e innecesaria. La
principal característica de la humanidad no es la conciencia o la tecnología,
sino la soberbia. Ahora estoy en una pizzería disfrutando una “diabla” (casi
picosa) y una chela italiana. En la estación vi a una chica guapísima, de las
más bellas que vi en el viaje, con un chorcito mínimo (casi de Sensacional
de barrios), ser abordada por un compa con la frase clásica del nampa
(ligue): “¿vamos a tomar un té o algo?”; la nena lo ignoró olímpicamente. Qué
directos son los nipones —en Kioto me tocó ver algo muy similar—. Para el
cortejo los mexicanos solemos ser más ceremoniosos, aunque hay de todo. A 36
horas de abandonar la isla, anticipadamente extraño las calles llenas de
anuncios en japonés.
Calle de Ginza, el barrio cuco de Tokio. |
5月24日 (金)
12:30 (昼) Kabuki-chō (歌舞伎町)
En un restaurante coreano, en el mero centro de la “zona roja” de
Tokio, a punto de comer una sopa de res. Oh último día en Japón. Quería ir al museo a ver dinosaurios, pero me equivoqué de lugar y llegué al Universum-sort-of-museum —pa los que no viven en Méshiko: Universum es un museo de ciencias para niños—. La verdad, para ser "Museo de la Ciencia" era decepcionante, digo, es Japón, uno espera ver maravillas tecnológicas y así, pero nada que no pudiera verse (y a veces mejor) en México. El dischoso museo —un tanto viejo, debe ser de los 60— está en un parque que solía ser el Castillo de Edo, del cual sólo quedan los fosos, las murallas exteriores y las puertas de acceso. Además del museo pacotilla, está (ni más ni menos) el Budokan, donde tocaron los Beatles —y miles de bandas más, claro. De ahí fui a Shinjuku a despedirme, paseé por Kabuki-chō y entré a esta comida; no está tan buena.
Budokán!!! |
10:00 (夜) Sakura Ho(s)tel, Ikebukuro
Mi última noche: como es viernes esto está animadísimo. A mi derecha tres nipones pegándole a los 20 departen alegremente. Extrañaré el sonido del japonés.
5月25日 (土)
12:00 (昼) Narita (成田空港)
Me acabo de gastar mis últimos mil yenes en un ramen del aeropuerto. La maleta ya está registrada, tengo mi boleto y ahora a esperar por dos horas a que abran el vuelo. Este está siendo y será literalmente el día más largo de mi vida (hasta ahora, claro).
Lo mejor de Japón
Lo bonitas que son las mujeres y cómo se visten.
La seguridad en general. Nada de temer asaltos ni malas ondas.
La amabilidad de la gente, especialmente en Ōsaka.
La limpieza de ríos, bosques y calles.
La relación chingona de los nipones con la naturaleza.
Lo bonito que es casi todo. El wabi-sabi.
La arquitectura antigua y moderna conviviendo en el mismo espacio.
El udón de Kioto.
Miyajima.
Shinjuku.
Curiosidades
El olor a borracho en el metro por las noches.
La forma directa en cómo ligan.
Que puedas beber alcohol en la calle.
Que haya baños públicos (¡limpios!) en todos lados.
La cantidad de restaurantes. Miles y miles.
Que no usen servilletas a la hora de comer.
Obviamnte, los excusados.
La enorme cantidad de porno y hentai, son cosas casi omnipresentes.
Que aprecien la espuma de la cerveza. De hecho hay una que promete 50 % más espuma.
Lo mala que es su tele. Lo 'mejor' son los comerciales.
Monje taloneando en Ginza. |
Shinjuku. ¿Ya mencioné que me enamoré de este lugar? |
Patos migratorios en una fuente en Ikebukuro. |
Eso es to eso es to eso es todo amigos. |