Nada como hablar de libros después de una
laaaaaaaaarga temporada de no posts. Sí, ya sé que este blog parece lote baldío
por la ausencia y descuido de sus administradores, pero, ah, como chillamos
cuando nadie nos lee.
En fin, hoy me anduve paseando
con canasta y con rebozo de bolita en la XXXIV Feria Internacional del Libro
del Palacio de Minería en su antepenúltimo día, se acaba el lunes, así que
córrale con el perico, la novia y la abuelita si es que todavía no ha ido y
aproveche la orgía de consumo cultural desenfrenado (eso sí, más chido que el
consumo a secas, ése no aporta un carajo). Aquí está la crónica.
La
fila de tres cuadras, la ingrata
Cuánta razón tenía Chava Flores
cuando escribió la letra de “Sábado Distrito Federal” y decía que atravesar el centro era un desmoche, y es que para comprar el boleto de la
feria había que darle la vuelta a la cuadra hasta el Eje Central. Aunque da
gusto ver a gente de todas las categorías texonómicas formadita como si fuera a entrar al antro más mamón de la ciudad: mamis con carriolas, viejitas malhumoradas,
pubertos enviados por su maestro de literatura para subir un punto y alcanzar
el seis, universitarios de todas las escuelas y disciplinas, pobresores con los
bolsillos rotos pero con buen ojo para las ofertas, escritores con ínfulas de rock stars caminando en Beverly Hills, poetas desahuciados por las
industrias culturales y que una vez al año consiguen organizar la presentación
de su veintiúnico libro, et ál.
Ahí me encontré (o me encontró,
ya ni sé) al buen @KaISeR1939, quien hubiera sido el ganador del
#misterstrangechallenge, de no ser porque se lo comió la marabunta humana que subía
y bajaba cual si fueran a llevarse libros a una isla desierta y sin
electricidad.
Preferí no detenerme a checar las novedades en el stand de Santillana; todavía tengo algunos
libros que compré el año pasado en su barata de diciembre (estoy un poco
empachado de Alfaguara, la mera verdad).
En el stand de Cuba, tenían una
buena colección de libros revolucionarios, compañero, pero sobre todo de
literatura, música y humanidades. Si van hoy y le rascan bien (y les late la magia negra,
la mitología y esas ondas darkimalas) pueden llevarse un manual del Palo Monte
para que practiquen sus propios rituales de santería en casa, o mejor aún, un
libro sobre los mitos Orishas, con ilustraciones enfermizas y delirantes, como
las que le gustan a su amiga la metalera.
En
los pasillos del mal
Su usted padece enoclofobia o
lleva seis años sin salir de su casa, mejor ni vaya, porque va a terminar
tirado en el suelo en posición fetal. No, para ir a la Feria del Libro del
Palacio de Minería hay que transformarse en un pez más del cardumen y fluir,
fluir.
En una de esas fluctuaciones,
salí despedido hasta el pasillo donde se encuentra ALBA, una editorial española
chiquita, cara y con algunas golosinas interesantes en su catálogo, como esa
joya intitulada La chica de la nariz torcida. Muerte y obsesión en la vida de
un escultor forense, de Ted Botha, un escultor que se dedica a la
reconstrucción de rostros a partir de osamentas. No lo compré nomás porque me
dio codo.
Sin embargo, el fuerte de ALBA
es su colección de artes escénicas y de guías del escritor que con palitos y
bolitas le explican a uno cómo ser un triunfador en este perro mundo de
selacimorfos, rémoras, sardinas y plancton que es la literatura.
Después de analizar si me
llevaría Salva al gato de Blake Snyder, Marketing para escritores de Neus Arqués
o Tim Burton por Tim Burton con prólogo de Juanito Profundo, opté por un texto
escrito por Robert McKee sobre el guión cinematográfico (sí, con acento ¿y
qué?, toma eso RAE). De una vez aproveché para comprar un libro que estaba
volando en mi cabeza desde la última vez que visité una librería: Las canciones
de Bilitis de Pierre Louÿs, un genio de la cochinada carnal.
Salí de ahí media hora después de lo previsto, pues como los lectores de tarjetas bancarias andaban fallando, pagar se convirtió en un acto de contrición (y eso que los bancos roban tanto, que con ese dinero ya podríamos estar haciendo transferencias electrónicas telepáticas).
Atalanta tiene un montón de
joyitas en su cofrecito, pero no le bajan nada. Un libro de 700 pesos, si bien
te va, te lo dejan en 680. Y con todo y Ley de Precio Único. No obsta que
algunos ejemplares valgan cada centavo, como Cuentos de lo extraño de Robert
Aickman, La noche de Francisco Tario o
Paprika de Yasutaka Tsutsui.
En esa misma zona, y si todavía
les queda varo, están algunas exquisiteces sibaritas de Siruela (que como
ustedes saben tiene todo Italo Calvino), como El libro rojo de Jung de Bernardo
Nante (nada más que cuesta mil varos) o Las palmeras salvajes de William
Faulkner.
En la mesa de la Colección
Argumentos de Anagrama encontré Nuestro lado oscuro. Una historia de los
perversos, un librito de Élisabeth Roudinesco, que de acuerdo con la cuarta de
forros es un ensayo sobre la perversidad (genius) desde la Edad Media (no, no
es la etapa por lo que están atravesando sus papás), pasando por el Marqués de
Sade, hasta los modernos pedófilos y terroristas. Bien fino.
Me podría pasar las horas
hablando de todos los libros de Roberto Bolaño, Irvine Welsh, Paul Auster o
Charles Bukowski que tiene esta editorial en su colección de literatura, pero
considerando que los podemos encontrar en Gandhi todo el año y que sólo impresionan
a los neófitos o a las abuelitas, y eso sólo si el título del libro está muy
heavy, haré una elipsis hasta el stand de sextopiso.
Qué buenas ediciones tiene
sextopiso (venga la lana por el comercial), sobre todo porque le ha sabido
sacar raja a sus colecciones. Vea usted una muestra de los libros ilustrados
que tiene en existencia si no me cree: Jis y Trino al alimón con Asuntos
moneros 1 y 2, Jis solito con Sepa la bola, Macanudo de Liniers, El coloquio de
los pájaros de Farid Udín Attar ilustrado por Peter Sís (ganador del premio
Hans Christian Anderson de literatura infantil) y la versión de Alicia en el
País de las Maravillas de Peter Kuper, una verdadera chingonería.
Me hubiera gustado llevarme
alguno de los anteriores, pero cuando vi El rival de Prometeo. Vidas de
autómatas ilustres, dije “de aquí soy”. Oh sí, hay libros que te cautivan al
primer madrazo. Este volumen editado por Sonia Bueno Gómez-Tejedor (y que ni
siquiera es de sextopiso) contiene una colección de relatos y ensayos sobre el
autómata como personaje literario escritos por pesos pesados como René
Descartes, Walter Benjamin, Edgar Allan Poe, Ambroce Bierce, E. T. A. Hoffmann,
Sigmund Freud e Isaac Asimov, ahí nomás para que se den un quemón. No es
barato, así que si lo quieren comprar, no piensen en esas cosas terrenales como
comer o llegar a fin de mes.
La
parte de arriba
Si usted es bueno para escoger
jitomates en el mercado, entonces tiene que irse con mucho cuidado cuando se
trepe al segundo piso del Palacio de Minería. Aquí hay muchas editoriales
chiquitas e instituciones y universidades que sacan sus mejores trapitos a
relucir, así que hay que estar atentos. Una buena estrategia para que no lo
estén chingando ni le digan a cada rato “¿ya nos vamos?, ¿ya nos vamos?”, es
empezar por aquí y dejar a los gigantes de la industria editorial hasta el
final, total, Harry Potter y Crepúsculo se pueden bajar de Internet.
En el stand de la Universidad
Iberoamericana, me encontré con esta ganga: Monstruos y prodigios. El universo
simbólico desde el Medievo a la edad moderna de María del Rosario Farga Mullor.
169 pesitos ya con descuento. Córrale y alcanza a llevarse uno.
La Universidad Autónoma
Metropolitana tiene libritos muy especializados, pero muy poca literatura; lo que es seguro es que se encuentren uno que les guste: Mauricio Molina, René Avilés, Rosalía
Winocour y así. Algo que me sorprendió es que la UAM no haya reeditado su
revista de culto Topodrilo, ¿qué pachó?, están dejando pasar la oportunidad de
revivir una publicación neurálgica para entender la sociología de la posmodernidad.
Dos consejos por si piensa ir
este domingo o el lunes: chicas, olviden los tacones, no van a entrar al
martirologio sólo por subir y bajar escaleras con esos instrumentos de tortura.
Tampoco se les ocurra comprar un chánwich o una crepa en la cafetería, a menos
que quieran pagarlo como si estuvieran en Central Park.
Recta
final
Llegado a este punto, ya estás
mentando madres por el hambre, se te queman las habas por quitarle la cubierta
de celofán a tus nuevas adquisiciones y seguramente ya pasaste tres veces por
el mismo stand, aunque en cada vuelta hayas hojeado diferentes libros.
La visita a los últimos stands
depende mucho de la persona y de la situación en la que se encuentre. Algunos
aprovechan para ir al baño, excepto las mujeres, quienes se pasaron tres
cuartas partes del paseo cultural en la fila para entrar al sanitario. Otros, ven donde
pueden sentarse para estirar los pies y si se ven vivos agarran alguna
presentación de esas chiquitas en donde más de la mitad del público son amigos
y familiares del autor.
Yo aproveché para regresar a
algunos lugares en donde vi libros que me hubiera gustado echarles el
ojo con más detenimiento. En mi caso, este libro fue Monstruos mexicanos tomos
I y II, de Carmen Leñero (por cierto, yo escribí unos libros semejantes hace un
par de años sobre seres fantásticos y mitológicos). La edición está chula de
bonita y es un regalazo si usted tiene sobrinos clavados en la onda zombi o
amigos que se quedaron en el viaje cuando comieron peyote y ahora estudian en
la ENAH.
Antes de salir al mundo real,
es casi seguro que se les pegue un libro del Fondo de Cultura Económica, no
sólo porque el acervo del fondo está increíble y abarca todos los campos del
conocimiento humano, sino porque siempre hay una edición de bolsillo que te
echa ojitos y te dice “llévame contigo”. Y de su colección La ciencia para
todos, ni hablar, son libritos buenos, bonitos y baratos que te dejan pensando
un buen rato después de leerlos.
A mí se me pegaron dos: Cuentos
reunidos de Amparo Dávila, una autora infravalorada de cuentos alucinantes, y
Piratas y corsarios de Martín Luis Guzmán, un librito que compré porque un día
de estos voy a escribir una novela de piratas (nada más que termine mis 20 mil
pendientes que tengo en la congeladora) y simplemente me pareció que no debía
prescindir de él.
En Tusquets también hay
mercancía sabrosa. Quitando las pinchemil novelas que tienen del sobrevaluado
Haruki Murakami y una que otra manzana rancia, tienen un montón de literatura
clásica del siglo XX y de narradores contemporáneos que si usted no conoce,
puede sacarse la espinita comprando alguna de sus novelas más conocidas (ahí
están, por ejemplo, La insoportable levedad del ser de Milán Kundera y Las
brujas de Salem de Arthur Miller). También tienen al Santos contra la Tetona Mendoza, por si usted vio la película y quiere regresar a los orígenes.
Un ritual que se me pasó realizar este año (no sé si por la hora o porque hacía un frío bien cabrón), es ir con los libreros que se ponen afuera. Si ya vas muy gastado, lo ideal es terminar el viaje aquí, porque por el precio de uno nuevo, te puedes llevar tres. De cualquier manera, si tiene deudas de juego y anda más bruja que la señora que acaban de ingresar a Santa Martha, todavía puede encontrar algo en el remate de libros que se llevará a cabo en el Auditorio Nacional del 25 al 31 de marzo. Y recuerde: todo cabe en un cerebro, sabiéndolo acomodar.
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Pipicacamoco.