14 agosto, 2011

Monstruos bajo la cama


Cuando era pequeño tenía algunas manías que con el tiempo he ido superando. Por ejemplo, dejaba terrones de azúcar debajo de la cama para mantener contentos a los monstruos que vivían ahí. Mis padres me regañaban porque se hacían cucarachas y hormigas. Pero a mí no me importaba, los monstruos son algo serio y no hay que tomarlos a la ligera.

Un día descubrí que los terrones de azúcar ya no eran suficientes para ellos, en mi almohada llegué a encontrar notas donde garabateaban pliegos petitorios bastante peculiares: querían carne molida, chocolatinas, malvaviscos, pollos muertos y todas esas cosas que están incluidas en la dieta teratológica.

Tuve que ingeniármelas para cumplir sus caprichos: un bistec del refrigerador, unas lonchas de jamón de mi sándwich, algunos dulces de la tienda. Yo no sabía en ese entonces que los monstruos son insaciables, hasta que encontré un ultimátum pintarrajeado en las paredes de mi cuarto con amenazas e improperios.

Fueron semanas enteras de no dormir en mi alcoba. Amanecía acostado en el sofá viendo el canal del pronóstico del clima; debajo de mi cama, se acumulaba la comida podrida.

Todo acabó cuando la mucama hizo el quehacer del cuarto y encontró no uno, sino cuatro monstruos muertos. No eran tan grandes como yo pensaba ni tan temibles. Se habían comido los pastelillos envenenados que les dejé una noche. Los enterramos en el centro del jardín junto a nuestras mascotas. Pobres, no quise lastimarlos. Principalmente porque no soy enemigo de los niños: esos abominables seres que están por todos lados.

2 comentarios:

Pipicacamoco.