30 septiembre, 2014

Yo en Japón 4/5



Chapter cuacuá - Dragones, ríos, udón y filósofos caminantes


516 ()
9:00 () 大阪 (新幹線)
A punto de salir a 京都 (Kioto), penúltima escala del viaje. Me quedan diez días en la isla del sol naciente. El plan kiotesco es ir por la mañana a templos y así, y por la tarde a la zona comercial a ver si topo a alguien. Llegando dejaré la mochilota en el ryokan y después encaminaré mi humanidad hacia el Kinkakuji y el Ryoanji (les temples més fameses). Me pregunto qué hacía mi amiga Mariana, que vino sola por un mes, además de dormirse temprano.
Kioto desde el Ōkōchisansō.

517 ()
9:00 () Kyoto Station
El bosque de bambú de Arashiyama. Gupi stuff.
A punto de salir rumbo al Ginkakuji. Ayer no escribí por andar chateando con la familia y la banda. El ryokan es una reliquia del pasado, pero mucho más chira que el hotel de Hiroshima. Los cuartos eran de tatami y dormí en un auténtico futón. Tras dejar las cosas salí de inmediato a Arashiyama (嵐山, montaña de la tormenta) en el tren. Las afueras de Kioto son hermosas. Acompañado —como siempre— por una turba de estudiantes de secundaria avancé entre las coquetísimas casas suburbanas hasta la entrada del bosque de bambú, lugar que todos conocen por películas y animés. Había, para variar también, muchos turistas chinos y las omnipresentes japonesas guapas como supermodelos. El bosque de bambú te remite de inmediato a batallas de samuráis y ninjas. Lo digo para crear empatía entre ustedes y yo, claro, porque para ser sincero estando ahí no pensé en katanas ni shurikens, sino en la inmanencia de la Vida sobre las vidas individuales, pero de eso nada les interesa. Pero bueno, regresando, hay un estanque y toda la cosa. Llegué a uno de los templos más famosos por su jardín de musgo: ¥400. Y sí, pinche jardín chingón lleno de musgo sano como economía china. 
Jardín más cuidado que la imagen de Peña Nieto.

Entrada al jardín del Ōkōchisansō.

Después fui a la villa de un antiguo movie star (Denjirō Ōkōchi) cuya pasión eran los jardines y la paz budista que traen a la mente. El lugar se llama  Ōkōchisansō (大河内山荘), y aunque vale ¥1,000 entrar vale la pena si usted es amante de los "natural landscapes" creados centímetro a centímetro por la mano del hombre. De ahí fui, siempre andando entre senderos montañosos interrumpidos a veces por mansiones —una de las cuales era un taller de muñecas tradicionales—, al Tenryūji. Pero antes debo mencionar que en el tren me había encontrado con una pareja de gringos viejos (ni tanto, andaban en sus cincuentas) que cuando les dije que era mexicano se sorprendieron de sobremanera, el wey me dijo "well done", como si fuera un auténtico milagro que alguien proveniente del pantano de pobreza y mediocridad que es México pudiera elevarse tan alto como Japón. Lo odié, como pueden imaginar. Regresemos a Tenryūji. Es el templo budista más viejo de la isla. Fue quemado por completo 6 o 7 veces (ya hablamos de que el budismo no significa pueblos pacíficos), por lo que los edificios actuales apenas tienen siglo y medio. Sin embargo el trazado y el estanque central son los originales.


Desde el interior del Tenryūji te vigilan.

Acompañado por el clásico jardín cuidadísimo y estúpidamente hermoso, el templo —o el complejo de templos— ya no me impresionó tanto debido al exceso de oteras y jinjas (recintos budistas y sintoístas, respectivamente) que he visto, aunque en este caso la presencia de un dragón pintado en el interior fue lo más chingón (frase tan mexicana como los chilaquiles del sábado por la mañana, ¿edá, Octavio Peace?). Pausa etimológica de gran interés entre el electorado: Tenryūji está compuesto por tres kanji: , ten, que significa cielo o paraíso, , ryū (ryuu), dragón, y , tera o ji, templo budista, así que el lugar significa algo así como "Templo del Dragón Celestial". Échense ese trompo de uña. Muy chipocles el estanque lleno de koi (, carpas) negros, rojos y blancos. 
 
Calle central de Kioto, Shijōdōri (四条通).
De ahí volví al tren, y de la Estación Kioto al ryokan. Estaba agradablemente nublado, así que tras comer un yakisoba (que horas después me hizo doler la panza) y tomar un baño me fui alegre y decidido —las duchas suelen darnos fuerza equiparable a las drogas como el café— a la zona comercial de la noble ciudad (Kioto fue por mil años —¡mil putos años!— la capital de Nihón). Kioto no se distingue por su abundancia de negocios en cada esquina como el resto de los lugares visitados por ustedes lectores vía yo el torpe narrador, así que en su zona comercial se concentra TODO. Desde los infaltables establecimientos tradicionales japoneses Gucci y Louis Vuitton hasta un mercado de pescados y verduras (Mercado Nishiki, 錦市場, Nishikiichiba, en funciones desde el siglo XV, o sea, contemporáneo del Mercado de Tlatelolco), pachinkos, librerías, karaokes, antros, bares, casas de geishas y demás. Pasé a una tienda de cómic y no pude resistirme ante un libro de obras de Sadamoto, el diseñador de personajes y mangaka de Evangelion (ya habrán adivinado mi cariño por dicha serie). ¥3,000. 

Aquí termina (o comienza) el Mercado Nishiki.
 De ahí fui al Mercado Nishiki y demás negocios infestados de niponas guapérrimas que entonaban el 'dialecto kansai' —variante del japonés de la zona; incluye giros fonéticos que te harán pensar que no sabes nada, oh estudiante del oficialista japonés tokiota— y turistas gringos (para que no extrañen Playa del Carmen o Los Cabos). Descubrí un negocio de pachinko y videojuegos de cuatro pisos y entré a probar suerte. Primera diferencia con las que fueron nuestras 'maquinitas' antes del seXbox/pleisteishon: hay mujeres, muchas. Incluso varias acompañando a hábiles maquinetos nipones como si fueran campeones de la eurocopa. La mayoría (alivio feminista) jugando para su propia gloria. Pues no, los nipones están demasiado cabrones, no sólo en mi juego de peleas, King of Fighters, sino en todos. Vi a dos de ellos competir en Tetris a una velocidad que humillaría a cualquier ruso. Jodido de la panza por el estúpido yakisoba de la tarde volví a pie (largo trayecto en el que se mezclaron las imperiosas llamadas de la diarrea con la maravilla de estar lejos de todo y de todos) al ryokan dispuesto a leer mi nuevo libro —que resultó ser una colección de portadas del manga de Evangelion— y dormir temprano, aunque el chateo me 'obligó' a dormir hasta las 11:30.
Ma qui ni tas .
Hoy, viernes 17, estoy a bordo de un autobús rumbo al Ginkakuji (銀閣寺, Templo del Pabellón de Plata) con dos beldades adolescentes paradas frente a mí (dejen de juzgarme, amantes de lo políticamente correcto, la belleza no tiene edad). Al regresar debo de cambiarme del ryokan al hotel al que originalmente quería venir —el cual, víctima de su popularidad, no tenía disponible habitación la noche anterior—, y luego no sé qué procederá —oh dulce incertidumbre, te tememos tanto—. Por cierto, el fuckin' Ginkakuji sí que está lejos.
Gion al atardecer.

2:14 () Gion

Restaurante de udón. Sentado al lado de un trío de alemanes con una actitud mamoncísima, como si acabaran de ganar la Segunda Guerra Mundial. Tras de mí tres niponas treintañeras con toda la jeta de esposas-florero platican y fuman. Porque en Japón no puedes fumar en la calle pero sí en los lugares más impensados. Frente a mí una pareja de novios o prenovios veinteañeros, el wey es todo un douchebag. He descubierto que es mejor fingir que no sé japonés si se trata de establecimientos comerciales. La gente se esfuerza más en comunicarse y hasta te trata mejor. O es mi mal humor, porque (no tomen en cuenta me tendencia a la hipocondría) desde la mañana me han estado dando punzadas en el corazón. Odio sentirme mal justo cuando estoy a la mitad del viaje. Bueno, odio sentirme mal, punto.  

Gente peinando arena en el Ginkakuji.
Ginkakuji es un fraude, y aunque el jardín que lo rodea está chipocles, no supera al templo del musgo, y mucho menos al Ōkōchisansō (después me explicaron que los nipones prefieren el Pabellón de Plata sobre el de Oro por su modestia, la cual es más acorde con su espíritu reservado). Ahora, del Templo del Pabellón de Plata nace —o muere— el Camino de los Filósofos (哲学の道), que es otra cosa. Discurre a la vera de un riachuelo con peces y tortugas y a lo largo de muchos cerezos que en primavera hacen que se te bajen los calzones —supongo—. Según la leyenda el prominente filósofo Kitaro Nishida solía recorrer esa ruta para aclarar su mente. Eligió bien el cabrón. A pesar de las punzadas cardiacas que desde entonces me atormentaban (exagero, ¿por supuesto?) el recorrido me llenó de una serenidad semejante a la tranquilidad/impunidad de la niñez. De paso di rienda suelta a mi consumismo —que debe ser despreciado, condenado y frito en las llamas de la Realidad— comprando una playera de Taringa. 
El Camino de los Filósofos.
Taringa the cat.
Tras el regreso (no tan dilatado como la ida cuesta arriba) fui por mis cosas al ryokan y de ahí a mi hotel en Gion, barrio vecino del río Kamo en el que habitan geishas desde siempre, coreanos, tiendas de ropa, restaurantes (en Nihón hay más restaurantes por persona que en la Condesa) y sitos de paseo propios para artistas ambulantes. Joder, el udón —que pedí de res, mi favorito— no me llenó por completo. Pero, como suele suceder en situaciones frustrantes, tampoco me quedó suficiente fuerza como para pedir otro y zanjar la cuestión.
 
Río Kamo y garza.
518()
8:45 () Bus hacia 金閣寺
Rodeado de auténticas lolis. Sin desayunar. Ayer, tras comer ese udón de carne, bajé a la orilla del río Kamo (鴨川, Río de los Patos) y me puse a pensar en mi muerte, que en ese momento parecía tan próxima como el siguiente segundo. Tardé un rato en aceptar que mientras siguiera vivo debía gozar el momento, y gozarlo hasta la última gota sin importar cómo. Porque un hombre muerto no puede admirar las chicas guapas en la calle, ni hablarles, ni tocarlas. No puede nada. Y yo seguía vivo. Así que para aclarar mi mente fui a la sala de pachinko/videojuegos, en donde completé —una vez más— mi ciclo terror-aceptación. Compré un par de playeras a un precio escandaloso. 
No sólo trenes y metros, también los autobuses tienen horarios que respetan al dedillo.

Volví (o más bien fui a registrarme) al hotel. Me tocó una litera sobre una francesa de veintitantos, a mi lado su mamá y abajo el novio de la mamá (información importante: la mamá estaba mejor que la hija). El dueño del hotel nos invitó a acompañarlo a cenar. Nos sumamos los franceses, cuatro coreanas y su servilleto. El sitio elegido era un restaurante "secreto" por estar en un segundo piso. Todavía no asimilaba la disposición comercial vertical de los japoneses, acostumbrado a los negocios de una planta de mi país. El lugar estaba adornado con motivos cincuenteros, afiches de películas, anuncios de la época y banderitas de países (imposible advertir que faltaba México). Yoshi, el dueño del hotel, pidió de todo un poco. De entrada un gran plato de col fresca, cortada en trozos grandes y una salsa para acompañarla. Botanita. Lo demás también estaba bueno (desde yakitori hasta calamar). Confraternicé (egalité, ecualité) con los franceses. 

Excelente foto del restaurante cincuentero.
A las 8 terminó la cena y cada quién a su rollo. Vagabundeé por la zona, llena de chicas y chicos vestidos de fiesta. Vi tanta guapura que me deprimí. Extrañé a mi mujer, mucho. No me animé a entrar solo a los bares pletóricos de juventú, así que compré una Asahi y me la fui a tomar frente al hotel, lo que me hizo sentir patético como gusano desenterrado por la lluvia. Jajaja, es nefasto eso de sentir lástima por uno mismo, pero es que desde la pubertad me deprime no poder fiestear cuando los demás andan en reven. ¡Hay un modelo de auto llamado moco! ¡¡Muahahahhhaaa!! Bueno, me fui a dormir y hoy amanecí con ganas de templear de nuevo. Como no encontré ningún lugar para desayunar subí al autobús con la panza vacía. Una parada adelante un tropel de estudiantes de secu retacó el bus.
¿Apoco no quisieran vivir aquí?

4:44 () Kamogawa (Shinbashi)

Comienza —por fin— a caerse  el velo de majestuosidad de las niponas. Demasiado maquillaje. Y rehúyen gacho mi mirada (casi todas, claro). Kinkakuji (金閣寺, Templo del Pabellón Dorado) está chingón, nada que ver con su hermano plateado. El jardín que lo rodea está poca madre. De ahí caminé junto a un grupo de secundarios hasta Ryōanji (竜安寺, Templo del Dragón en Paz o el Dragón Tranquilo). Una de las chicas iba cantando. Su voz cuasi infantil, la calle repleta de árboles con casi ningún coche usándola y el sol matinal pegando de lleno crearon un ambiente que me causó escalofríos.  De los mejores momentos del viaje. Ahora que he conseguido identificar los cerezos me doy cuenta de su increíble abundancia y de lo genial que debe verse la ciudad cuando florecen.
Kinkauji en toda su gloria.
Con razón arman tanto barullo al respecto, barullo que deberíamos armar nosotros cuando las jacarandas florean —en la misma época, por cierto— y embellecen con su lluvia púrpura la Ciudad de México y muchos otros sitios de esta nuestra República que es cada vez menos nuestra. Ryōanji es lo que esperaba, aunque el famoso jardín zen (este tipo de jardines se llaman karesansui, 枯山水, la definición es algo así como "jardín japonés seco") es mucho más pequeño de lo que suponía. Me he rendido a hablar japonés, en verdad que mis habilidades de conversación son casi nulas. Pero lo entiendo bien, ventaja que los nipones nunca sospechan. Tras extasiarme con el jardín seco zen caminé por la zona del templo hasta un ancho estanque con las acostumbradas carpas y tortugas, aunque en esta ocasión vi una serpiente de agua, lo tomé como un buen augurio —yo que no creo en horóscopos ni predestinaciones—. 
Colegialas en Ryōanji.

Agarré un bus a la estación central y de ahí otro a Kiyomizu-dera (清水寺). El lugar donde se encuentra dicho templo budista es de los más "antiguos" de Kioto, lleno de geishas, restaurantes caros y tiendas de dulces tradicionales y suvenires. Además de, of course, un chingo (medida mexicana por excelencia) de turistas, sobre todo chinos, coreanos, franceses y gringos. Vi una pareja de güeros israelíes mamoncísimos. El templo es una excelsa obra de ingeniería en madera, y el paisaje arbolado está para cagarse pa dentro de lo chinguetas.  
Dragón de agua afuera del Kiyomizu-dera.

Hacía demasiado calor, así que no seguí la ruta de templos entre el bosque y caminé por las calles montañosas en busca del templo Chionin (知恩院), que según el mapa que me regaló mi sensei en México estaba cerca. No di con él, pero mi hambre me hizo parar en un restaurante de udón. Pedí un karei-udón de res y resultó ser el mejor udón que he probado en mi vidorria. Al salir del restaurante me di cuenta que estaba a tres cuadras del hotel. Kioto debe tener el tamaño de Morelia o Querétaro. Fui a bañar los abundantes residuos de sal en mi piel (31° C al mediodía) y luego reemprendí la búsqueda del Chionin, que está enclavado en un montañoso parque nacional atiborrado de cerezos, que ya echaban fruto. Arranqué una cereza —en apariencia— madura, sabía amargagrio. Cuando, tras vueltas y vueltas entre árboles y riachuelos (y parejas echando novio) di con el templo, lo acababan de cerrar. Así que vine a 真橋 (Shinbashi), que es un pequeño río prístino (como mente de bebé) rodeado de árboles y comercios que le dan cierto aire a rambla junto al cual los nipones fuman y echan chela. Porque en Japón puedes beber en la vía pública, aunque no es tan común verlos hacerlo. 
Cerezas (サクランボ).

Es mi última tarde en Kioto, cierta nostalgia anticipada me invade. Mañana tempra voy a Tokio, y por la tarde veré a Nobu san. Y en una semana estaré en Mexicalpán de las Tunas. A las 7 el dueño del hotel convoca a una cena junto al río Kamo. Ojalá vayan los franceses, aunque si no será mi oportunidad para confraternar con las coreanas.

Kioto es llamado el corazón de Japón, y no es vano.

28 septiembre, 2014

Yo en Japón 3/5



Capítulo trix - Budas, Budas everywhere


5 12 ()

8:00 () Shinkansen 広島 -->新大阪

Moverse en el tren superexpreso por esta parte de Japón es como viajar en el metro. Túneles de kilómetros de largo que traen a la mente las incontables existencias de millones de personas avocadas al trabajo y al trabajo nada más con tal de que su nación (y por lo tanto ellos) se elevara hasta las demás "súper" potencias. A pesar de la velocidad a la que nos movíamos, tardábamos minutos en cruzar los túneles más largos, con salidas esporádicas al exterior, como un parpadeo, en el sitio en que terminaba una montaña y comenzaba otra. Era un claro producto de los esfuerzos de una sociedad dedicada a sí misma. Lo que es un país donde la riqueza generada por todos se reparte de forma más justa...
Desde el train choo choo.
Pinche México rico en recursos, tan hacendosa su gente, pero víctima de su cercanía con los pinches ojetes gringos, víctima del seguir sin hallar la identidad nacional, de la apatía social y política fomentada por una cúpula de deleznables y apátridas sujetos que nos desprecian profundamente. Por supuesto, victimizarse no sirve de nada, demuestra debilidad y derrotismo, sin embargo está cabrón desenmarañar el asunto mexicano. Un problema se encadena al otro, se nutren mutuamente, apretándose como tu hermana (disculpen mi lirismo), y no aparece en el horizonte método alguno para aflojar el asunto. Estamos en espera del milagro. Justo en ese momento se me antojó un nopal asado, en verdad, así de asombrosa es mi mente. ¡La niebla púrpura está en mi cerebro (disculpen mientras beso el cielo)! Una gran diferencia geográfica entre México y Japón (bueno, entre México y buena parte del planeta): Nihón está lleno, atascado, infestado de ríos chonchos y saludables. Malditos.
 
Tome agua del lavabo y sea feliz.

Me levanté a las 6 porque a esa hora, según el anciano anuncio que estaba pegado a la puerta, abrían los cuartos de las regaderas (nomás de 6 a 9 de la mañana because fuck you), pero tarán, estaban más cerradas que la mente de un adicto a Televisa. Bajé al restaurante del ホテル, esta vez pedí washoku, desayuno 'tradicional' japonés: tazón grande arroz, un trozo de salmón (o un pez así) ahumado —de-li-cio-so—, tōfu, sopa misoshiru, un durazno-chamoy más agrio que el humor de tu suegra, verduras en pedacitos muy coquetos (¡jujuy!) cuyos nombres desconozco, un huevo crudo (lo creí cocido; horrorizado ante su crudeza ahí lo dejé. Pobre gallina) y una tacita de té verde pa empezar bien el día. De nuevo la composición del desayuno era preciosa, pero mi prurito de mamerto me impidió tomar una foto. En realidad me parece una estupidez documentar todo con fotos o videitos (todas las fotos ene este blog son robadas de san Google san). Es tan horrible como grabar con el celular un concierto: ¡joder, estén ahí!, no en un puto futuro en el que hincharán el pecho con sus "mira lo que vi". Comí rodeado de muchos más sararimanes que ayer (aunque con ropas guangas de domingo) y ni más ni menos que el numeroso equipo de kendo de alguna prepa.
 
Good morning Hiroshima.

En un país de trenes es lógico que el valor de las casas dependa de su distancia de las estaciones.
¡Una ganga! 39.5 metros cuadrados de pura gloria.


A las 7:30 ya estaba en el tranvía (el sol brillaba con ganas; en esa época del año amanece a las 4 de la mañana y anochece como a las 8), y a las 8:00 (7:56, para ser exactos como nipones) en el shinkansen. Los guardias de las garitas me dejan pasar nomás con mostrarles mi Rail Pass, sin revisar si ya está vencido o no. Es raro para un mexicano que jamás ha salido de su rancho defeño (que no es mi caso: soy cosmopolita y nací en un pueblito, muahahahahaaa) que confíen así en uno. A las 10:00 estaré en Ōsaka y tomaré el primer tren a Nara, que hace varios siglos se llamaba Heijōkyō (平城京) y era la capital de Japón.
Estación Nara.




6:30 () Nara (奈良市)

No tengo muchas ganas de escribir. Resumamos. ¿Qué tanto influye el budismo en el carácter de la gente, cómo cohesiona una sociedad? La historia nos dice que los pueblos que hacen uso de esta ideología (de tintes sagrados) no son menos violentos. Incontables guerras —internas y entre naciones— prueban que los budistas son como mexicas expandiendo su imperio a punta de obsidiana afilada, hutus y tutsis matándose en el sur de África por incontables generaciones, ingleses británicos (no se pongan de pie, historiadores) dominando y exterminando otros pueblos del otro lado del mundo por el simple hecho de poder. A pesar de esto, los japoneses carecen de la vibra intensa de los mexicanos y españoles, los otros dos países que conozco. Son suaves en el trato, y muchos de ellos en verdad buena gente, con ese desinterés propio de quienes saben vivir en comunidad. No es por ensalzar a los nipones por simple fascinación, es cierta esa agradable funcionalidad social, esa seguridad que otorga una nación que trabaja para sí misma. 
Nara y su airecillo tropical.


Llegué a Ōsaka, de donde no salen trenes a Nara. Duh. Fui en shinkansen a Kioto (10 minutos), en cuya estación abordé un tren que me recordó al de Chihiro (hay que hacerse de símbolos que todos reconozcamos), el cual, estación tras estación suburbana, me llevó a Nara (40 minutos). Aunque Kioto y Nara sean oficialmente dos sitios distintos, y así lo jure el mapa, nunca cesa de haber casas en el camino. Sólo así se puede empaquetar una población similar (en número) a la mexicana en un territorio diez veces más pequeño (y harto montañoso). Nara es pequeño —bueno, en comparación con los monstruosos Ōsaka y Tokio— y tiene cierto airecillo tropical que lo hace acogedor. Hacía un calor 'infernal' (30°), el sol caía como plomo derretido (me paga la Asociación Castellana del Cliché, qué quieren que haga). Sudando como maratonista llegué al ryokan —旅館, hotel 'tradicional'— en el que había reservado un cuarto, o shinguru-ruumu (シングル・ルーム). El dueño (oonaa, オーナー) del lugar resultó ser un tipo de lo más buena vibra que se pueda imaginar. Apenado, me comentó que mi reservación tenía un problemita, y por la primera de las dos noches sólo podía hospedarme en un cuarto comunitario. Como no soy mamerto le dije "no problemo, amigou" (y así ahorré 500 yenesotes). Dejé la maletota —mochilota— y me juí pal rancho, digo, y me encaminé con paso alegre aunque acalorado al "old town", donde se encuentra la zona de restaurantes y tienditas. El primero lugar de okonomiyakis que me topé fue el elegido, y resultó una estupenda decisión. Lectores, lectoras y lectoros, TIENEN que probar los okonomiyakis. 
Okonomiyaki en proceso.

De ahí (serían como las 12:00) me fui al famoso Nara Park. La multitud de venados (鹿) hambrientos de "galletas de venado" y caricias —prodigadas especialmente por niños— es otro 'must-seen' de Japón. En esa zona hay templos mil (la pagoda de cinco pisos—五重塔— del templo budista Kōfukuji es especialmente impresionante) y museos muy popis. Como media hora a pie está el templo Tōdaiji, que contiene al Buda más grande de Nipón, llamado Daibutsu. Si van en domingo como yo no se sorprendan de encontrarse entre una vorágine de estudiantes de primaria y secundaria, familias niponas en pleno y muchos extranjeros con cámaras costosas al pecho. Que tampoco les ofenda escuchar que les dicen "gaijin" (fuereño) a sus espaldas, no lo hacen con —tanta— mala leche.
I left my deer heart in Nara.

五重塔.
El Buda gigante y así están geniales.
Daibutsu. Fue construido en el siglo VIII.
En el "así" se incluyen varias esculturas en madera pretty impresionantes y un agujero del tamaño de un perro en una de las columnas, por donde hacen cruzar a los niños (lo llaman "pasar por la oreja del Buda"). Como hacía demasiado calor regresé al ryokan, donde descubrí en su amplia biblioteca el manga hecho por Tezuka Ozamu sobre la vida y milagros obras de Buda. Me puse a leer y de pronto ya era de noche. Salí a comer, pero los restaurantes abiertos a esa hora estaba carísimos, así que terminé en un triste McDonald's (amiguitos, no hagan eso, apoyen el comercio local, que sus dineros ganados en su país se queden en Japón y no en el extranjero). Cené una hamburguesa de pollo teriyaki no tan mala. Regresé a seguir leyendo sobre Buda hasta quedarme dormido. Debo añadir que Nara estaba lleno de occidentales, y no sólo porque sea un lugar muy turístico, sino porque es tan pequeño que todos están juntos en pocas cuadras.


 
Niños pasando por la oreja del Buda.

513 ()

11:00 () tren Nara-->Kioto

Voy rumbo al templo de las mil puertas, Fushimi Inari-Taisha (伏見稲荷大社), muy cerca de Kioto y como a 40 minutos de viaje desde Nara.
Pesca de sombreros en la estación del tren.
El tren no para justo en la estación que corresponde al templo porque tomé el "rápido", y no el "ordinario" que se detiene en cada estación pero tarda hora y media (menos que eso, pero pasa cada mil horas). Mi plan es bajar en la estación más cercana y caminar. O tal vez sea mejor llegar hasta Kioto y tomar un ordinario de vuelta, nomás son dos estaciones. Muero de sueño aunque dormí lo suficiente; estúpido jet lag. Desayuné un pan de 20 pesos relleno de crema pastelera estúpidamente rico y una sopa instantánea sabor curry tan mala y del diablo como una maruchan. Es que Nara no es precisamente un sitio de comida barata si no conoces bien sus recovecos. Chale, el JRPass es como una charola de diputable. Sospecho ponen las indicaciones en trenes y estaciones en japonés e inglés para que los mismos nipones practiquen su
英語 más que para que los touristas no nos perdamous. Ya estamos llegando a Kioto (que nomás he tocado de pisa y corre; se mantiene enigmático).
Una cosa es "podría ser tu padre" y otra muy distinta "tiene la edad de tu padre". 
La entrada a Fushimi Inari-Taisha.


2:30 () 京都駅

Elegante kitsune haciendo guardia.
Incluso en la montaña sagrada puede usted disfrutar de una koka.
A punto de salir a Nara. Se me antoja ir al súper y luego cocinar algo 'mexicano', caldoso de preferencia, picoso si se puede, para mí y quien quiera llegarle. Pero antes un baño, estoy pegajoso y apesto. Fushimiinaritaisha (Inari, , es el dios del arroz) es más que genial, uno de esos sitios por los cuales Japón es lo que es. El lugar (adorando desde la época en que los teotihuacanos declinaban) está presidido por un gran torii rojo. Zorras con diversos objetos en la boca custodian cada paso —la zorra, kitsune, , es un animal capaz de transformarse en humano, además de inteligente y longevo. También un dios que desde tiempos inmemoriales tiene tratos con Inari. Las zorras en este templo/montaña llevan diversos objetos en el hocico, generalmente una llave que simboliza el trato entre 'naturaleza' y humanidad: ganarse el pan con el sudor de la frente, el Tlacuache/Prometeo robando el fuego en beneficio de los humanos, el sometimiento del mundo, pues, que ha llevado a cabo nuestra especie—. De ahí en adelante es hacia arriba. Fushimi Inari es un alto cerro boscoso por el que discurren varios caminos intercomunicados. En cada pausa del ascenso (porque como siempre el descenso es cuando vas de salida) hay adoratorios shinto. La escalinata está cubierta de torii rojos —cada uno pagado por un negocio o empresa en busca de buena fortuna—, uno tras otro como pueden ver en las imágenes que hablan más que mil palabras (ante la saturación visual que vivimos el asunto se voltea: ahora una palabra vale mil imágenes). Pero no son estas características las que más me llenaron de admiración, sino el sonido del viento en el bosque, los sapos cantando en los arroyos, la esporádica vista a Kioto que daba el perfecto contraste, el peón derribando un torii, el albañil preparando el sitio para otro recién comprado. No son tan caros, la verdad. Si van a Japón eviten el absurdo lujo de no conocer Fushimi Inari-Taisha. Hasta ahora Shinjuku, Miyajima y Fushimiinaritaisha han sido mis tops, como diría mi vecino amante del inglish. 
Cuco pasillo de torii.

Precios de los torii, para que vayan ahorrando.


514 ()

8:40 () tren Nara-->Kioto

Tras ayer comer un espantoso udón instantáneo (porque a la mera hora me dio hueva eso de cocinar algo 'mexicano') me pasé la tarde leyendo Buda (me quedé a tomo y medio de terminar). Nara significó una pausa en mi viaje, un respiro antes de continuar metiéndome en la jungla. Las preguntas de Buda: ¿qué es lo que haces? ¿Es importante para ti? ¿Es importante para alguien más? ¿Es importante para tu nación? ¿Es importante para la vida en su conjunto? Y no sólo el trabajo, todo. No empujes, déjalo ser y sé sincero contigo mismo.
 
Típica calle japonesa.

Que Japón sea bonito en general nos habla de una cultura "madura" con preocupaciones estéticas. México no es así (remember Toluca, Pachuca o la decoración de la mayoría de las casas) porque es una cultura trunca, inmadura y sometida. Los prehispánicos en cambio tenían grandes y auténticas preocupaciones estéticas. También es una cuestión económica, puesto que con hambre/carencias es difícil ponerse a pensar en esteticismos. 


7:00 () Mikuni, Ōsaka

Iba a escribir afuera del Castillo de Ōsaka, pero un japonés cincuentón se puso a charlar conmigo en inglés sobre esto y aquello. Con él fingí ser un pocho odia gringos. Estábamos en el guaraguara cuando apareció una de las malayas que conocí temprano en el hotel. Comencemos por el principio de este día osakense (¿osakita?).

Estación Ōsaka.


El hotel es una casa de huéspedes de lo más buena vibra, la pareja que lo atiende es very very nice y el lugar está limpio como casa de gays militares. En el "hall" departían dos chicas malayas musulmanas (cabello cubierto y toda la cosa) y un nipón llamado Nobu platicando en inglés. Me senté con ellos y conversamos un rato. La malaya fea era fan de las telenovelas mexicanas (se refería a ellas en español), la no tan fea era otaku entusiasta (manga & anime lover). Nobu, que habla muy buen inglés, se impresionó cuando leí un par de kanji de una guía de la ciudad, además de que nos tocó en el mismo cuarto (los cuatro somos los únicos huéspedes). Nobu san y yo fuimos a comer mientras yo masticaba malamente mi japonés ordinario, el cual no estoy para nada acostumbrado nada a hablar puesto en la escuela nos enseñan puro niponés honorífico. Encarrerado, me dijo que por la noche fuéramos a echar chela con sus compas. Acepté gustoso. Nos fuimos al metro, donde encontramos a la malaya no tan fea. Nos separamos algunas estaciones adelante. Yo fui a la estación Umeda, que es un enorme —gigantesco— centro comercial subterráneo (y también por arriba, no crean) en el que confluyen distintas líneas de trenes y metros. Recordemos que en Japón cada línea de transporte pertenece a una compañía distinta. Tardé un rato en dar con la salida que estaba buscando (30 o más accesos, no tantos como Shinjuku pero un chingo para un mexicano) y salí al obsceno sol primaveral (¡32 grados!), que quemaba como el de Acapulco. Mi objetivo era el Umeda Sky Building, una altísimo edificio doble unido en su parte superior por un "jardín flotante" de forma circular desde donde se puede ver la ciudad. Pagué 700 yenesotes para subir al piso 173. Encontré que de jardín no tiene un ápice, pero la vista es genial. Me hubiera quedado un buen rato si no fuera porque el sol parecía empecinado en derretirme. 

Ōsaka desde el Umeda Sky Building.

Regresé a la estación Umeda y me juí al Castillo de Ōsaka, el cual es como un castillo de película, con un amplio foso, espesos muros, torretas almenadas y toda la cosa. La arquitectura, tanto del castillo como de las almenas y demás es exquisita. Dentro del castillo hay un museo dedicado a Ieayasu Tokugawa y las múltiples guerras "clásicas" de Ōsaka. Antes de entrar al castillo hice una pausa nicotínica en el único punto de fumar de la zona amurallada, en donde un ruco todo campechano me hizo plática y hasta regaló un dinosaurio de origami no tan bien hecho como los de mi amigo Alex. Un morro coreano-japonés se nos unió a la chorcha. Me pareció excelente que estas finas personas se sintieran atraídas porque supiera balbucear japonés, pero ¡¿por qué puros hombres?! Salí del castillo y me senté bajo un árbol de 200 años (según decía un letrerito puesto junto al tronco), y fue ahí donde me abordó el cincuentón (¡otro hombre!). Tras platicar un buen rato me estaba contando sobre dónde conseguir mujeres de paga cuando vi a la malaya. Me regresé con ella al hotel. Resultó ser una persona inteligente e informada, hablaba cuatro idiomas y había calculado su viaje a Japón centavo a centavo; resultó también que Malasia se parece mucho a México: neoliberal, corrupto, con elecciones dudosas, con gente que tira basura y contamina sus ríos, con unos cuantos multimillonarios y millones de pobres, etcétera. Ya en Mikuni fui a cenar, Nobu me mandó avisar que la peda se cancelaba y ahora estoy aquí, acostado, en espera de que el sueño me venza.

 
Castillo de Ōsaka (大坂城).

515 ()

9:00 () Mikuni

Estoy en un restaurante de la callecita comercial de Mikuni listo para desayunar. La mesera está muy bonita. Bueno, en Japón casi todas están bonitas. Hoy planeo ir al acuario Kaiyūkan (海遊館, "el más grande del mundo") y de ahí a Namba, la zona comercial y "donde se reúnen los jóvenes". Aunque a esa hora (la de más calorts) dudo que haya mucha muchachada hangin' out. O mejor voy a Yodobashi (cadena de tiendas de aparatos electrónicos) a ver si tienen un diccionario (electrónico japonés-español, uno de los objetivos de mi viaje). No mames, esa mesera tiene el segundo mejor cuerpo que he visto hasta ahora en日本. Y el primero lo vi ayer en Umeda.
 
Gato en Mikuni haciendo sus cosas de gato.

2:15 () Mikuni

De vuelta a Mikuni-higashi para comer y llevarme la lana necesaria para comprar el jisho (diccionario) en Yodobashi Camera. Planeo un máximo de ¥30,000 (tres manes de yenes), a ver si no está más caro y entonces ese boleto de shinkansen para Hiroshima me pesa demasiado. El acuario 海遊館 está genial, una verdadera obra de arte de la ingeniería y la biología marina. La estrella del Kaiyūkan es una ballena tiburón, aunque la colección de medusas me impresionó más. A mitad del recorrido, dejé de estar rodeado de parejas jóvenes con bebés (la cantidad de bebés en Japón es impresionante, y no revela para nada el terrorífico envejecimiento de la sociedad nipona de la que tanto se queja el gobierno) para de repente verme "encerrado" entre un nutrido grupo de uniformados prepos ¡coreanos! Las chicas muy guapas, eso sí. Pero vaya, un viaje escolar a otro país. A eso llamo tener lana y no mamadas.
La ballena tiburón cautiva en el 海遊館.
Medusa pensando en  la imposibilidad matemática de los agujeros negros.


9:30 () Mikuni
Acabo de cenar con Nobu. Buen cuate. En efecto, el boleto de shinkansen a Hiroshima me dolió cuando fui por mi diccionario: ¡4 mil pesotes! Como premio de consolación compré un manga de Evangelion y regresé al hotel a reunirme con Nobu san. Fuimos a cenar una cara y típica comida nipona compuesta por unos diez platillos, el más exótico (para mí) medusa cruda. Lo acompañamos con cerveza osakita de moka bastante pesada (casi como café). Mañana Kioto.

Aprenda usted la manera correcta, no sea güey.
Otra calle de Mikuni, Ōsaka.
Estudiando jugadas de go.
No cada detalle está cuidado, eso sería una grosería.
El menú. Si no sabe japonés absténgase.
Kitsune de despedida.