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La ley que más violan los japoneses: no fumar en la calle. |
Capítulo donas - De Silent Hill al Monte Misen
5月10日(金)Ikebukuro
8:00. Afuera de
la estación con mis maletotas (ninguna de rueditas porque por mis venas corre
testosterona). El estúpido sitio de la JR para activar mi RailPass abre hasta
las 9:30 (tome nota, oh diligente viajero primerizo a Nippón: los mostradores de la JR tienen distintos horarios). Fuck. Tengo un
poco de cruda (二日酔い), sobre todo por
el タバコ. Y sueño, aunque dormí bastante
bien a pesar de que las dos rucas (ni tanto) y guangas (sí mucho) gringas que
llegaron ayer noche al cuarto insistieron dormir con la luz prendida. No las
fueran a violar en la oscuridá (the night is dark & full of terrors). No
puedo creer (frase académica) lo mucho que fuman los nipones. Sin la guarrez
ibérica, pero igual de nicotinatascados. Joer, es tan temprano que ni las chicas
guapas han salido. A mi novia —de entonces— le encantarían las medias con
dibujos y "tatuajes" tan de moda por acá. He visto cada uniforme de
lo más locochón y retro, especialmente entre los niños. Había unos con gorra
estilo La tumba de las
luciérnagas de lo más elegantes.
Fashion and hip. Ya me siento un poco mejor, aunque el sueño ("como una
losa") me sigue atacando cual avispa cazarañas. Apenas hoy lo noto, pero
desde ayer ni una sola nube invade el cielo.
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Avispa a punto de mangiarse una araña. |
(Paréntesis —()—)
Shinjuku es una
orgía, la Sodoma del Capitalismo (Gomorra es Nueva York o Las Vegas o París o
Shanghai), el culto insensato a la Gran E ('E' stands for 'Energía'). Si la
generación de energía es lo que distingue a los seres vivos (y otras cosas,
obvio, pero el consumo/generación/almacenamiento de energía es una de sus
bases) 新宿
(Shinjuku) es el epítome de lo exitosos
que somos los seres humanos. Y lo vanos e infantiles (sin ofender a la
infancia). Dios mío, esa mujer nada más traía una playera medio larga para
apenas cubrirle las nalgas y nada más; bueno, unas medias, pero por dios, por
dios. A los nipones los educan para trabajar y consumir —ecuación de primer
grado—. A los mexicanos nos educan para trabajar (un chingo), no cuestionar y
vivir en la pendeja. Claro, la chamba y el consumismo son pilares de nuestra
mestiza y sacrosanta realidá, pero no son nuestros objetivos centrales aunque
ocupen la mayoría de nuestro tiempo. Nos dedicamos a quejarnos y chismear.
Somos intolerantes, clasistas, individualistas y enaltecemos el engaño como
supremo código. El colmo es que de dientes para afuera condenamos la
"corrupción" (nombre genérico para referirse a al mexican way of life)
en vez de aceptarla plenamente, institucionalizarla, regularla hasta donde su
propia naturaleza paradójica lo permita y usarla a nuestro favor. Es un sueño
guajiro, claro, porque la corrupción ya está institucionalizada, nomás que
favorece en abrumadora mayoría a quienes están en la parte superior del
sistema. Ahhh, el "asunto" mexicano es complejo y desalentador. Pero
al menos vamos creciendo en el futbol (¡jajajaja!).
(Fin del
paréntesis —()—)
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Mexican problems. |
Los cholos
nipones dan ternura para un mexicano. No es que sean inofensivos, pero en
comparación con los nuestros mueven a la sonrisa. Todavía falta media hora para
que me den mi JRPass y ya tengo las nalgas planas de tanto esperar —nalgas de aspirina—. Muero de
sueño. Pero dormir es para los débiles, sobre todo si ya lo hiciste por 8 horas.
Do babes, qué buen bajista era McCartney.
6:30 (昼) Hiroshima,
Ebisu-chō
"Hiroshima mon amour" es el fraude más grande de la historia.
Esta ciudad (o este pueblote) es deprimente. Especialmente el hotel. De hecho
es la primera vez que siento peligro desde que llegué a Japón. No quiero
dejarme atrapar por el pesimismo, pero la vibra de este lugar está siniestra.
De hecho estoy planeando huir mañana mismo tras visitar la isla de la puerta —Miyajima— y de rápido el museo de la bomba. Si me veo eficiente, a más tardar
a las dos de la tarde puedo estar en la estación del Shinkansen (新幹線, el bello tren bala) y partir a Nara, con la esperanza de que los del
ryokan me puedan alojar o me digan dónde puedo hacerlo por esa noche. Si se
hace tarde para ir a Nara (por eso de que no hay shinkansen directo para allá)
me puedo quedar en Kioto o en Ōsaka en cualquier hotel no muy caro. ¡Puede ser
mi oportunidad para usar uno de esos hoteles-cápsula (カプセルホテル)! El plan suena descabellado, pero más
descabellado suena quedarse otra noche aquí. Dejen lo siniestro del hotel, el
pedo es que mañana agotaré Hiroshima en medio día, y después ya no habrá nada
qué hacer... Con ocho horas de batería en mi cuerpo (¡mueve tu puerco!). Pero
bueno. Lo que pasó:
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Uno de los brazos del Ōta-gawa. |
Tras recibir mi JRPass en Ikebukuro me fui
de inmediato a 東京駅 y ahí
tomé el 新幹線 a
Shin-Ōsaka. Pinche tren chingón. Estaba casi vacío. Partimos. Velocidad casi de
auto de Fórmula 1 pero sin sentir la aceleración en el cuerpo. Por ahí vi el
Fuji —pronúnciese "Fudyi"— y uno que otro edificio locochón, sobre
todo cuando pasamos por Nagoya.
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Nagoya desde el shinkansen. |
Cabe notar que los campos de arroz, inundados
apenas en la zona de Tokio, acá ya estaban sembrados; supuse que entre más al
sur me moviera más crecidos estarían. Se iban los sakuras (de sur a norte) y se
plantaba el arroz (en la misma dirección). Percibí cierta poesía en esto, yo
que veo poesía en todos lados. La campiña japonesa es hermosa: sotos de
apretados árboles de distintos tonos de verde salpicados con grupos de bambúes
amarillentos, a veces inclinados como si una feroz tormenta los hubiera
golpeado. El problema es que la obsesión local por manipular el paisaje hace
que todo se parezca un poco, después de un rato cansa ver la misma la misma
composición una y otra vez. Dato curioso: en los pueblos montañosos —o al menos
los que vi desde el tren superexpreso— colocan sus cementerios en la zona más
alta de la aldea (o colonia), de forma que los muertos presiden la vida. Poco
antes de las 2 llegué a la estación Shin-Ōsaka —4 horotas de viaje—, donde descubrí
con espanto que el siguiente tren disponible con mi pase salía hasta las 3 y
media. Horrorizado por la idea de esperar tanto tiempo en la estación y perder
preciosos minutos que podría aprovechar en Hiroshima (léase
"Jiróshima"), decidí pagar ¥10,000 para salir de inmediato en un tren
Nozomi, el más rápido y que no está disponible con el JRPass. 10 mil yenes —1万, o "un man"
en el sistema numérico de por allá— consistían en mi presupuesto para un día
entero. Creí que valdría la pena. Para esto se había nublado y una lluvia rala
pero constante caía generando niebla y un ambiente "londinense" —¡ja!—. El tren iba lleno, me tocó junto a una nena que leía un libro titulado Familia y nacionalismo (en japonés
obviamente). Un asiento adelante iba otra chica que hojeaba un libro de
"aprenda inglés usted mismo"; me dedicó un par de miradas como
evaluando la pertinencia de practicar su 英語 conmigo —muchos piensan que soy
gringo, ja—, y/o invitándome a que diera el primer paso, cosa que (para
absoluta decepción de mis lectores y del recuento de mis aventuras que evocaré
en mi lecho de muerte) obviamente no sucedió. Seguía lloviendo cuando llegamos
a Hiroshima. Afuera de la estación compré un paraguas transparente por 150
yenes. Por años había buscando uno así en México. Feliz, tomé el tranvía —sí,
como los de San Francisco— para dirigirme a mi destino: Ebisu-chō. El tranvía (ストリートカー,"streetcar" según los nipones) estaba
lleno de alemanes, noruegos y demás rubios pálidos. Eso me animó, no era el
único loco en visitar la ciudad radioactiva —después descubrí que el sitio es
harto popular entre los turistas de overseas—. Hiroshima me pareció hermosa.
Obviamente todo era (es) nuevo (o de no más de 70 años) y lleno de esos árboles
escultóricos que parecieran diseñados por artistas.
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Avenida de la Paz. |
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Variedá. |
Bajé en mi parada (¥150) y tralalá,
resultó que el famoso Ebisu-chō era la zona roja de la ciudad —el sufijo chō, que verán mucho
por allá, se escribe 町y
significa "ciudad", "pueblo" o "barrio"—.
Prostíbulos y más prostíbulos (en realidad "clubes nocturnos" para
caballeros) con fotos de las mujeres ahí trabajan junto a las paredes, casi
todas —las chicas, no las paredes— venidas de otros países asiáticos, y casi
todas feas y mallugadas, aunque no todas. Me acordé de Santa —después descubrí
que no era zona tan roja, sino más bien de diversión nocturna para la banda.
Todos tendemos a juzgar rápida y categóricamente—. Los negocios estaba
cerrados, apenas eran las 5. Gracias al mapa que venía en el sitio güeb del
hotel no tuve pedos para encontrar el lugar (recuerden que en Japón no existen
los números de casas y negocios, e incluso hay calles sin nombre). De fuera el
sitio parecía respetable. Estaba enfrente de un cementerio (que son muy
bonitos, carentes —para un extranjero al menos— de esa "malignidad"
de los panteones cristianos tan sobada en las pelis de terror) y en la entrada
tenían un fuente con 鯉 rojos y blancos. Muy
japonés el pedo. Al registrarme me sorprendió que mi cuarto fuera de "sí
fumar", tomando en cuenta que hasta ahora Japón parecía empecinado en
eliminar el vicio nicotínico a como diera lugar. Pero yo no sabía nada, como
Jon Snow. Tras la recepción llegué a un pasillo (colmado de las omnipresentes
máquinas expendedoras —自動販売機— con agua, té, café,
cervezas, refrescos y demás) que conducía a los elevadores y al baño público. El
ascensor olía a tabaco, lo que me recordó el coche de mi abuelo. Y no sólo el
olor: el estilo, incluso el par de clientes con el que me tropecé, todo parecía
sacado de 1950 con la consecuente decadencia. El oscuro e inhóspito quinto piso
también olía a tabaco rancio, pero sobre todo traía a la mente ciertos paisajes
de Silent Hill (cuantimás con el clima neblinolluvioso del exterior). Dejé las
cosas (stuff) y salí a caminar.
Era tarde para ir a los sitios
turísticos y a la vez temprano para dormir —too
old to rock, too young to die—. La "zona roja" todavía no despertaba, aunque ya se veían
por ahí y por allá algunas chicas exageradamente maquilladas que
caminaba bamboleando sus traseros embutidos en apretadas minifaldas. Las nenas
de Tokio podían vestirse similar (oh santas refinaciones de la metrópoli), pero
'algo' en su apariencia y actitud las diferenciaba claramente. A unas cuadras
estaba la calle central (que así se llama: "calle central"), repleta
de tiendas caras como Tiffany, Chanel, Louis Vuitton y demás nacadas para gente
de "primer mundo".
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Calle Central (中央通り). |
Fue cuando me di cuenta de que Hiroshima (広島, isla extensa) es en realidad un pueblote. Me crucé con una pareja de
italianos u holandeses, en sus rostros pude leer la enorme decepción que
sentían ante la pobreza de estilo de la ciudad, aunque obviamente plasmaba en
ellos mi propio sentimiento de víctima de una estafa. Caminé muchas cuadras
bajo la llovizna. Ahí me encontré con un árbol que llevaba una plaquita con su
nombre común y científico.
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Magnolia blanca. |
Llegué a la Avenida de la Paz y sus árboles
majestuosos. Como había poca actividad debido a la lluvia decidí dar media
vuelta. Paré a comprar monchis, afuera de la tienda había unos diez paraguas
escurriendo. Le pregunté al tipo (anciano) de la recepción del hotel si tenían
Internet, pero con gesto de asco dijo que nelson. En el lobby varios tipos duros
que fumaban como locos me veían con interés. Me fui a encaramar a mi cuarto. Y
no saldré hasta mañana. Ojalá la sirena de Silent Hill no comience a sonar.
5月11日(土)Ebisu-chō, Hiroshima-shi
7:00 (朝)
Acabo de cagar en el primer excusado
tradicional. Voy a desayunar y luego
Miyajima.
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Foto pa saciar su enferma curiosidad. |
5:00 (昼) Ebisu-chō
Le debo una disculpa a
Hiroshima y a su gente. Este lugar es maravilloso. Y el hotel no es tan tétrico
como ayer quise creerlo. Primero el desayuno: yōshoku, o desayuno "occidental",
aunque de occidental nada más tiene el café negro —que no tomé porque el café
me cae más pesado que un kilo de chamoy—. El restaurante del hotel estaba lleno
de sararimans malhumorados (o eso creí). Detalle curioso: los nipones casi no
usan servilletas durante la comida, esperan que seas limpio. Bueno, y la
mayoría llevan siempre consigo una pequeña toalla-pañuelo. La única fruta
presente era de lata. Había también ensalada de col (fresca) y huevo revuelto
con jamón, pero el jamón aparte. Se veía muy cuco todo el set, no le tomé foto
porque como que no había clima para eso. Serían las 7:30 cuando salí.
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Madrugada de sábado en Ebisu-chō. |
No había
parado de lloviznar desde la tarde de ayer y las calles semivacías estaban
cubiertas de niebla. Para ser "zona roja" que amanecía de un viernes
no encontré restos de batalla, es decir, envases vacíos, guacareadas o colillas
en multitud. Llegué al tranvía, también casi vacío, y me encontré con que
además de las omnipresentes y adorables viejecitas que en todo el mundo
madrugan los fines de semana, mis otros compañeros de viaje eran estudiantes (y
estudiantas, como diría Fox) de secundaria y prepa con sus guapos uniformes que
todos conocemos gracias al animé. Iban al escuela en SÁBADO, así que la próxima
vez que tu hermano/a o hijo/a se queje de que la escuela es pesada, recuérdele
que en Japón también van a la escuela los sábados. Para llegar al puerto donde
se toma el ferry para 宮島 (Miyajima) había que
recorrer toda la línea del tranvía, es decir, rodear entera la Bahía de
Hiroshima. La niebla cubría la ciudad.Cruzamos los varios ríos de la ciudad,
que en realidad es el delta o riada del 太田川,
Ōta-gawa. Torcimos a la izquierda para continuar bordeando la bahía. Más y más secundarios y
prepos se subían al "streetcar", una delicia visual para aquellos que
gustan de la belleza adolescente —we suck young blood, diría Thom Yorke—. La
línea del tranvía corre entre la costa y una larga línea de montes empinados
cubiertos de edificios en las partes bajas y árboles en las altas. Sumergido en
el chaca-chaca de los durmientes de la vía comprendí la obsesión de Hideaki Anno (y muchos otros autores de animé) por el sonido de los trenes, siempre
presentes en la vida japonesa. Tras una hora de viaje —o un poco menos—
llegamos a la última estación: Miyajima-guchi (宮島口), o Boca de Miyajima. De
ahí al ferry (¥250 viaje redondo, una
ganga), que estaba repleto de niños de primaria uniformados y con gorras
amarillas —supongo que para no perderse de vista—.
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Mocosos asomados en el ferry. |
Una de las maestras que
pastoreaban el numeroso grupo de chamacos no sólo vestía correcta y sexy y era
joven y muy bonita, sino que me dedicó un par de miradas fugaces que me
hicieron sentir fenomenal. El viaje fue (es) corto, la montañosa y bastante
grande Miyajima (el nombre oficial de la
isla es Ituskushima, 厳島) está a un "tiro de
piedra" de ese lado de la bahía (sembrada con pilotes para cultivar ostras
o algún otro molusco así). Ya desde el ferry se veía la puerta roja (torii) del
templo shintoísta Itsukushima (厳島神社),
famoso símbolo de Japón. El torii queda en el mar durante la marea alta y se
puede llegar a pata a ella durante la baja (perdonen las rimas internas, pero
esto no es una novela). Por la sencilla razón de que no me documenté mucho
sobre el lugar que visitaba (les recomiendo esa falta de conocimiento previo),
me sorprendí de los muchos venados caminando o echando la hueva por ahí. Se les
considera "wild animals" a los que no hay que tocar ni alimentar,
aunque los nipones los acarician cuanto pueden. Seguí a los niños y a su
hermosa maestra hasta el templo (¥500
la entrada), que estaba atascado de estudiantes de secu con sus famosos
uniformes. Un tour de gringos viejos y muchos japoneses completaba el cuadro. El
templo es una chingonería, claro está, un verdadero "must seen" de
Nihón.
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Mira como mira a los turistas mirándola. |
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Desde el Templo Itsukushima hacia el interior de la isla. |
Miyajima ofrece más. Arriba en la montaña se hayan otros templos shinto
y budistas. La isla consiste en una serie de altos cerros cubiertos de árboles,
el pico más alto es Monte Misen. Creo importante señalar que Miyajima (como
muchos otros de los sitios que visité) está hecha de granito, el cual se
transforma en una resbaladiza superficie cuando llueve. Tras seguir un rato el
tour de los gringos viejos arriba rumbo a uno de los templos budistas encontré
una bifurcación que se internaba en el bosque. La seguí. De las hojas de los
árboles pendían gotas de agua. Los árboles, o al menos los cercanos a la
ascendente vereda, estaban rotulados con su nombres común y científico. Unos
niños (sin uniforme) se cruzaron conmigo y me gritaron "gud
morningu". Llegué a otro templo, pero cobraban la entrada y me resistí a
darle más de mi dinero a los monjes, así que seguí ascendiendo hasta encontrar
la entrada al Parque Nacional Monte Misen.
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En el DF lo hubieran cortado hace mucho. |
La ruta, que promete llegar hasta la
cima, es una sinuosa escalinata de granito y cemento. Un anuncio invitaba a
subir, aunque advertía una escalada dura de una hora y media de duración. Eran
las 10 de la mañana, y como crecí en un pueblo montañoso me dije "nah, me
la pela, subamos". Al inicio había un adoratorio shinto y a los pocos
metros uno budista. Más adelante estaba la cascada Hilo Blanco. Azuzado por la
ausencia de seres humanos seguí ascendiendo. Tras un cuarto de hora sudaba como
pollo en rosticería, pero la niebla y los árboles empapados me invitaban a seguir.
Maldiciendo el resbaloso granito de la infernal escalinata (ociosos y
laboriosos nipones), seguí subiendo peldaño tras peldaño. Otro cuarto de hora
después sentí que me iba a dar un infarto. Me detuve en un recodo para apreciar
la isla bajo mis pies. Inche lugar chinguetas. La cima no debía estar lejos,
así parecía desde donde me encontraba, así que seguí, y seguí, y seguí hasta
que me comenzó a dar miedo de que el corazón me estallara y tardaran meses en dar
con mi cuerpo. Flaqueé, bajé dos escalones, pero recordé a mi amigo Mr.
Strange, quien me diría sin duda al contarle este asunto que no había ido al
otro lado del planeta para rendirme así nomás. Así que agoté mi segundo aire, y
luego el tercero —juro que si en vez de escalones fuera una vereda común y
corriente hubiese sido mucho más fácil— hasta que, lleno de alegría, llegué a
la cima. O eso creí ilusamente por un segundo. Era una pequeña pagoda (o como
se llame) que marcaba ¡la tercera parte del camino a la cima! Mandé al diablo
mi espíritu alpinista y comencé el descenso, peligrosísimo debido a lo
resbaloso del granito —sé que ya dije varias veces eso de la falta de fricción
de esta roca, pero es que un par de sentones me recordaron lo frágil del cuerpo
humano.
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La escalera infinita. |
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La vista chinguetas. |
De regreso al muy pero muy bonito pueblo adyacente al Templo
Itsukushima paseé por la amplia zona comercial. Se ofrecían todo tipo de
platillos, como ostiones al carbón y dulces en forma de hoja de maple —deliciosos
もみじ饅頭, momiji manjū, panecillos rellenos—. Me atasqué de panes al
vapor de carne —mi amigo Sie Kensou y yo los recomendamos ampliamente— y volví
al ferry. Para mi sorpresa, el mismo ejército de niños de primaria con su
guapérrima maestra se hallaban a bordo. Nos miramos, y mi corazón dio un vuelco
(frase prohibida por el acuerdo 97333-85 de la sociedad mexica de escritores) cuando
se sentó junto a mí. No era casualidad —como podrán imaginarlo—, porque las
bancas de ese lado del barco estaban vacías, sólo yo... Miles de frases se
agolparon en mi mente.Años de estudiar japonés me habían preparado para ese
momento. "Primero debo decir 'mucho gusto' y luego darle mi nombre.
Después, claro, hablar sobre el clima. ¿O será mejor decirle que es mi primer
visita a Japón? ¿O que Miyajima es hermosa? No, no, no, debe ser algo más
original, algo con gancho, que la haga reír. Piensa, piensa, eres bueno para
inventar cosas, vamos, habla sobre lo bien que deben saber esos venados asados.
¿Qué mierda es eso de venados asados? No, dile que viajas solo y que te
gustaría mucho que alguien te mostrara la ciudad. ¿Cómo se dice 'mostrarme la
ciudad'? ¿町を案内していもらえますか・・・? No, noooo, no
aprendiste nada. A ver, ¿era...?". El ferry llegó a la Boca de Miyajima, y
sin dirigirme la mirada la guapa maestra se puso de pie para arrear a los
minihumanos. Resignado, diciéndome que de seguro me hubiera bateado y que
posiblemente estaba casada o era aburridísima, tomé el tranvía de vuelta a
Hiroshima-shi.
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Los cucos tranvías llamados deseo de Hiroshima. |
Me bajé frente al Domo de la Bomba (Genbaku Dome, 原爆ドーム), edificio del
Ayuntamiento que por estar justo debajo de donde explotó Little Boy (simpático
nombre el que le pusieron los gringos a su bomba) sobrevivió "casi"
intacto. Los nipones decidieron conservarlo como recordatorio del horror
atómico (horror en serio, no mamadas, a pesar de que gracias a ello
desarrollaron una variada, riquísima y apasionante cultura de ficción que ha
dado pie a obras como Drago Ball, Evangelion y Akira, por mencionar sólo
algunas).
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Escolapios en el Monumento de la Paz de los Niños. |
El Domo está rodeado de un enorme y precioso jardín lleno de
monumentos (el Parque de la Paz, 広島平和記念公園)
en memoria de los caídos la famosa mañana de agosto de 1945, y de paso pedirle
al mundo que prohíba las armas atómicas, que son una mentada de madre desde
cualquier ángulo en el que se vea el asunto. Como siempre he sido anti nukes,
mi visita refrendó esta postura; así que llamo (desde mi sillita, como Mafalda)
a los pinches gringos, rusos, israelitas, chinos, franceses, indios, ingleses,
pakistaníes y demás para que paren el mame de su jueguito pendejo. No se
pierdan, por supuesto, el 広島平和記念資料館,
oséase, el Museo Memorial de la Paz. Volví al hotel para descubrir que sí
tenían wi-fi (debido a mi terror silenthillesco de ayer había entendido mal),
lo que me permitió informarle a mis beloved ones que seguía con vida. En
prácticamente todos los negocios hay wi-fi, aunque casi siempre hay que pedir
la contraseña. Vagué por Ebisu-chō, repleto de parejas y familias que
aprovechaban el sábado por la tarde. De roja no tenía nada la zona. Comí una
deliciosa pasta estilo italiano con ensalada. De regreso, ya con la noche
encima, me sentía feliz como niño el Día de Reyes, así que compré un par de
chelas Asahi (en Japón llaman namabiru a la cerveza —comercial— "de
barril", pidan de esa, las demás son jodidamente ligeras) y vine al cuarto
a escribir esto. Mañana Nara.
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Hiroshima es un buen ejemplo del espíritu nipón y su (por mí adorado) concepto estético. |
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Pipicacamoco.