Yo en Japón
Porque
fui solito
Tras el borroso y enfermizo viaje de
quinientas treinta y siete horas en el avión te bajas en Narita y cambias tu
lana foránea por yenes. Antes, claro, sellan tu passport y revisan tus morrales
pa checar que no traigas plantitas, tachas o uranio enriquecido, todo en un
inglés cuchón pero comprensible. Ya con los millones de yenes en tu bolsillo,
extraño dinero que tendrás tiempo para ver de cerca después, te diriges al
mostrador de la JR —nombre completo: 東日本旅客鉄道株式会社, chécalo en el traductor de
san Google— para comprar un asiento en el tren exprés a Tokio —¥3,200—. Lo
madreador del viaje se te olvida al ver los primeros edificios y demás paisaje
extraterrestre por el que pagaste ver.
En japonés dice "bienvenido de vuelta" en letras rojas. Sólo aplica del segundo viaje en adelante. |
Y
luego estás en la estación del tren, en la que se cruzan otras líneas,
subterráneas, de superficie o elevadas, atascada de hombres de traje finolis y
mujeres muy arregladas con ropa chic que cuando hace un poco de calorcito optan
por faldas tan cortas —o shorts tan mínimos— que en la ciudad moderna y
avanzada que es el DeFe sólo pueden verse en sitios exclusivos o, si hay
suerte, en alguna fiesta veraniega. Luego viene la calle, la limpieza y la
arquitectura —menos enloquecida de lo que esperabas pero no por eso incapaz de
comerse a Santa Fe en sólo unas cuadras.
Shinjuku. Fuji atrás pa mayor autoridá. |
Arribas
al hotel. Te das de alta, pasas a tu habitación y abres tu completamente virgen
bitácora de viaje:
Capítulo wuan - El bosque de piernas desnudas
5月8日(水)Ikebukuro (池袋), Tokio
El avión ramen (regalaban vasos de Nissin
sabor "camarón") y los peruanipones (como veinte de ellos en el
vuelo). Viaje de 23 horas con Tijuana incluida. Las nubes siempre abajo. Hace
calor y huele a mar. Los cigarros se consumen de inmediato. Todos fuman. Las
chicas muestran sus piernas. Hay MUCHAS chicas guapas, o al menos hasta ahora.
Ikebukuro está lleno de restoranes y tiendas "de conveniencia". Estoy
zombi. Tengo hambre y muero de sueño. El mesero me ignora. La chica de al lado
no deja de checar su celular. Esperaré paciente al mesero a menos que me
desmaye primero. Chicas con traje sastre alternando con chicas fashion en la
misma mesa.
Somos
5人en el cuarto. He
conocido a tres. Dos son tailandeses (o bangladesíes), padre e hijo, con pies
apestosos. El tercero es un güero bien parecido, gringo o canadiense. Me falta
conocer al cuarto elemento (que resultó ser una nipona tímida como cervatilla).
En la habitación hace calor. Son 20 para las 4 de la tarde y muero de sueño. No
dormí un segundo en el avión. Ni uno. Aunque si me duermo ahora me despertaré
en la madrugada and I'll be fucked. ¿Qué hacer? Puedo poner el despertador a
las 8 de la noche y salir a cenar, beber un par de ビール y volver a dormir. Veremos. Mi
primerísima impresión de 日本 es la enorme cantidad de lana
presente en cada detalle. Los tokiotas visten o formales o extravagantes
(exagero, claro). Dejan las bicis en la calle sin cadenas de seguridad. Es un
país lleno de trenes. Campos anegados listos para sembrar arroz. Chicas muy
arregladas que enseñan las piernas.
Jet lag. Kurasaibo. Con más sueño que otra
cosa me preparo para salir. Recuerda: 太平洋 es el Océano de las Nubes.
5月9日(木)Ikebukuro
8:30, afuera de la estación espero porque nada abre hasta las 10:00. El desayuno me dio náuseas, aún las tengo. No debo levantarme tan temprano. Los cuervos アホ están por todos lados.
Cuervos japoneses by Akira Toriyama.©®™ |
Todavía no puedo acostumbrarme a mi papel de turista. Abundan los 7Elevens, los McDonalds y los ciclistas temerarios. Muy pocos coches. Mis audífonos gigantes son raros de ver, o no están de moda o se debe a mi teoría de que los nipones son una nación de oído pobre. O hay más mujeres que hombres o los hombres están encerrados en las oficinas (obvioooo) mientras las mujeres se pasean por la calle para delicia de mis ojos. O sea, acaba de pasar una beldad con una microfalda que dejaba ver los calzones (negros, BTW). Tacones de aguja. Otras con el cabello teñido. Pasan unos gringos y cruzamos miradas. Ojalá fueran gringas. El olor a frito está por todos lados. Claro, como no engordan. Sigo con náuseas mientras un empleado municipal se ha quedado viéndome como tres minutos. Moda: leggins con frases impresas en piernas y muslos. Chicas que se pintan pecas en las mejillas. Ya no puedo oler el mar. Debo haberme acostumbrado. La diferencia entre clases es mucho menos obvia para los ojos de un mexicano. だけど、avezando el ojo uno puede ir diferenciando las ropas de diseñador de las imitaciones no tan baratas, pero no sólo eso, sino la actitud y el gusto de los 金持ち comparados con la clase media..
Un 金持ち (ricachón). La masa de gente de la que aspira el dinero no sale en la foto. |
Así visten las japonesas cuando andan por la casa. |
5:30 (昼)
Acabo de comer arroz con curry instantáneo comprados
en Lawson (el equivalente al sOXXO), donde no vi la maquinita para comprar
boletos para el Museo Ghibli. Luego fui al cafesucho de acá abajo a beberme una
XX Laguer de 80 varos que no estaba tan fría como debería. Feizbukié un rato,
los del Clan nomás quieren ver fotos de nenas, y pos no voy a hacerlo, amén de que no he
tomado fotos de chicas, se me hace vulgar y una falta de respeto [inserte
dignidad aquí]. Con 24 horas en Japón creo saber una de las claves de la
fascinación que ejerce en mí: lo bonito. Casi todo es bonito. Con su obsesión
por cuidar los detalles y su gusto por la hermosura su sitio de vida es
bellísimo. Claro, tiene lana, pero eso no es todo lo que se necesita para
rodearse de cosas bonitas. Tal vez por eso las mujeres son tan guapas, bueno,
una gran minoría de ellas. ¿O será que por ser eremita me desacostumbré
a ver tanta beldad?
Como sea, hoy, tras subir la 東京タワー pasé al parquecito adyacente,
que tiene una cascada y riachuelo de agua prístina, y reflexioné sobre mi
siempre existente necesidad de rodearme de cosas bonitas. Eso me hizo recordar
a cierta ex y lo bien que me sentía con su (aquello que llaman) buen gusto.
Carajo, tengo espíritu de fresa, quiero ese shiny look in my life. Antes de
subir la 東京タワー conocí
el Templo Zōjō-ji (三縁山増上寺), el Vaticano de una de las ramas del zen
nipón, el Jōdo-shū (浄土宗), y
tuve la suerte de presenciar un "servicio" oficiado por un monje acá
cabrón y cuatro de menor rango. Sé que en Kioto voy a ver miles de esas cosas,
pero me sentí impresionado. El canto de los monjes (supongo que son sutras) es
poderosísimo, hipnotizante, definitivamente cercano al Origen a pesar de la
filigrana de oro del interior del templo (que lo acerca a la frivolidad
católica). Una pareja de fresochos germanos entró, hizo todo el rollo de
aventar las monedas, echar incienso en polvo y rezar (cosa que no me atreví a
hacer, puesto soy un intruso, como ellos, pero un intruso que comprende esa
intrusión), estuvieron dos minutos y se largaron. Los desprecié. Pero la nena
estaba hot. Güeno, me largo. Iré a Yoyogi y de ahí a 新宿 (Shinjuku) a ver si conozco a alguien
(¡ja!). Y de nuevo a Lawson a conseguir ese boleto para Ghibli —que jamás compré por ser un anarcorroto que carece de tarjeta de crédito.
La Torre de Tokio (東京タワー) en toda su gloria. El parecido con la Eiffel es mera coincidencia. |
9:30 (夜)
Vengo de 新宿 y del "Los Cabos バー". Medio pedo.
Quiero un joint. Sorprendente lo que me ha durado el encendedor maltrecho que
traje de México. Sorprendente el hecho de que ha sido uno de los días más largos
de mi vida (que no bale berga). Y que me haya emborrachado con pura cerveza
mexicana —ajá. Bueno, al menos made in mékshiko—. Primero Corona y ahora —la
matadora— una XX de 80 vareques. Pero vayamos por partes. Primero me subí al
Yamanote Line (avezado y veterano rider del sistema colectivo de transporte de
Tokio) hasta 代々木 (Yoyogi).
Busqué la famosa estatua de Hachiko, el perro fiel (muy 日本式), pero no lo encontré porque
soy un tarolas que ignoraba —como ustedes deben bien saberlo, amables
lectorpes— que en realidad se encuentra en Shibuya. Tampoco di con el Yoyogi-kōen porque estoy bien anarkogüey y no llevé
mapa alguno. Mi presupuesto, hasta ahora, es excelente. Incluso he ahorrado
10,000 yenes. Ahorrar it's my middle name. Ja. Bueno, lo que pasó. Caminé sin
rumbo (según yo guiado por mi infalible intuición) en busca del famoso Parque
Yoyogi, pero en cambio descubrí un sistema de edificios y calzadas muy cucos al
sur de Shinjuku. Pura nena de alta calidad, tan bien vestidas que por vez
primera me sentí shakal. Crucé sobre el sistema de trenes (Sheldon debería amar
Japón) y llegué a un centro comercial enorme, el paraíso de los centros
comerciales. De ahí todo fue CF. Shinjuku me pareció el verdadero corazón de
Tokio (ya veremos en unos días si Shibuya se lo chinga).
Shinjuku es amorts. |
Edificios altos y
gordos, estilizados, árboles podados por la mano de dios y gente ataviada con
la "mejor" ropa disponible en el planeta. Vagabundeé frente a la
estación Shinjuku escuchando a Modeselektor (verdadera música de fondo) cuando
alguien me habló. Me detuve. Era un sarariman de dientes podridos y jeta mal
rasurada. Quería practicar su inglés. Le dije que era un gringo venido de San
Diego. Me creyó —ni modo que no—. Mentí y mentí sobre mi ciudad y mi
nacionalidad, feliz de mi casi perfecta pronunciación (¡ja!) del inglish.
Entusiasmado, me invitó a tomar algo. La señal de "peligro gay" se
activó, y bajo ella la de que podría ser víctima de un asalto, pero un vistazo
al sitio donde me encontraba me terminó por convencer. Fuimos a un 7Eleven y
tomamos té frío. Aunque él entendía la mitad yo me explayaba sobre mi
admiración a Japón y mis ideas izquierdistas sobre los gringos. A su vez,
entendía pobremente su inglés ajaponezado. Nos llevamos bien, hubiera seguido
la conversación si no fuera porque mi gay-limit llegó a su tope. Me largué. Al
final creo que comenzaba a dudar sobre la denominación de origen de mi inglés.
Regresé a caminar por el corazón de Tokio. Puto lugar chingón, prepotente
(existencia moral como el Edomex), sácalepunta. Calle tras calle eran de una
cold hearted grandeza para un mexicano en su primer día. La gloria del varo
impresa en cada centímetro. Varo, varo y más varo. Luz atómica. Nenas
hiperfashion tan propietarias de la realidad como hija de dictador bananero o dueño
del sindicato de Pemex. Me movía sin cesar, espoleado por las ganas de un
cigarette —新宿es una delegación 100 % libre de tabaco— y de
orinar. Buscaba, como buen cretóneo morboso, el sitio que apareció en Lost in
Translation. Estaba a un palmo de mis narices (mando un saludo a los
traductores ibéricos), pero el descubrimiento de 歌舞伎町, la renombrada zona roja de la capital nipona,
atrajo mis patitas primero.
Kabuki-chō (歌舞伎町) y los focos rojos de su entrada más famosa. |
Caminé tras grupos de admirados turistas nipones que intuí
no eran de Tokio. Vi hombres prostitutos (chichifos) arreglados como divas gay —igual no lo eran, nomás que semos prejuiciosos—,
pero nunca mujeres. La noche caía lentamente. Muy lentamente. A la vez, mis
ganas de orinar crecían como la deuda española (porque encontré el casi único
punto de fumar, en el que se agolpaban tokiotas nocotina-junkies que jalaban de
sus cigarrillos con desesperación; ahí, como dice la canción, sacié mi vicio).
Sin embargo no había dónde echar una humilde firma entre tanto sexo pretencioso
y vividores sin duda relacionados con la yakuza. Por un momento temí perderme
entre tanta luz y tanto taunt of sex. La música de los británicos Massive
Attack me protegía como campo de fuerza. Benditos audífonos Sony. Y el iPod
gringo hecho en China. Cuando mi vejiga dijo "basta ya" busqué cómo
llegar a la estación Shinjuku; siempre hay baños en las estaciones. Para el
pronto alivio de mi vejiga, casi en cada esquina había una forma para entrar al
"underground mall" (casi 200 puntos de acceso, chúpate esa) que es
también dicha estación (o multiestación, ya que tanto la dominante Yamanote
Line de la JR como otras once líneas de trenes subterráneos —o no— paran ahí). Abajo
estaba —está— el paraíso de las nenas fashion. No mames (frase académica),
hasta el día de hoy (el mesmo día puéh) no he visto algo tan mamoncísimo como
eso. Tal vez la Quinta Avenida (o Ginza, que me faltaba por ver) se equipare,
pero lo dudo. Nenas más fresas que la acá de Las Lomas o Santa Fe atendían —atienden— los puestos de Chanel y Louis Vuitton, sirviendo a morras igual de
fashion, guapísimas y ultramamonas como corresponde a su posición. Inche
tianguis grandioso. La calidad del hembraje era over 90,000!
Pausa para ir a
mi cuarto.
Desde el trono que canta, continúo.
Fui al baño para dejar salir mi dolor acuático.
Después me di una vuelta extra para no que el ojo gozara con el escenario
subterráneo. Me dio harto sueño porque para mi cuerpo era la madrugada. Decidí
emprender el regreso a Ikebukuro aunque apenas eran las 7 y cacho. Finalmente
anochecía tras una prolongadísima agonía solar. El metro estaba atascado,
aunque nunca como el chilango a la misma hora (try Zapata>Hidalgo y me
dicen). Feliz, pensando en que todo debía valerme madres porque nunca volvería
a ver a la gente frente a mí, y que eso podía extrapolarse a la vida en general,
puesto que tras nuestra breve existencia nadie verá a los que conoció (oh
filósofo de 50 yenes), llegué al conocido & safe 池袋, siempre repleto de
chicas sexys (disculpen de nuevo por hacer hincapié en esto de las mujeres,
pero para un admirador del sexo opuesto resulta un tema tan toral como el sol
para las clorofilafílicos) y sarariman haciéndose reverencias (exagero, por
supuesto, aunque no tanto). De regreso al modesto Sakura Ho(s)tel, me detuve
frente a la entrada de "Los Cabos Bar", que había visto desde el
lejano primer día (ayer). Tras dudar como buen tímido dispuse no hacerle caso a
mi "sentido común", culpable de tantas oportunidades perdidas, y
descender hasta el tugurio. De mexicano no tenía nada, tan mexica como el
chili-con-carne —vean por ustedes mismos—. En su defensa, vendían (venden, son una puta cadena) Corona y
tequila Jimador (y José Cuervo, espero que paguen por el anuncio).
Tras la
primera chela el bartender hizo su trabajo haciéndome plática. Se sorprendió
educadamente de que fuera mexicano (oh, y dije que había vivido en Los Cabos
—nombre genérico que reúne una multitud de lados más o menos cercanos entre sí—
para mayor autoridad), y de que encontraba decente el guacamole (hermosa
actitud de "¡la venganza de Moctezuma, inches japos!"). A mi lado en
la barra había un sujeto moreno y desdentado bebiendo whisky, más joven que yo
pero no mucho, que se animó al escuchar mi balbuceante japonés. Dijo que invitaba
la peda. Mientras bebía un Jack Daniels tras otro (pagos por publicidad a la
cuenta 8980-2347912523 del Hongkong and Shanghai Banking Corporation) yo daba
sorbos a mi Corona practicando mi 日本語 que tan caro me había salido aprender. Claramente
por obligación de su chamba, el bartender hacía comentarios de vez en cuando. Tras
cuatro coronas dije que una taza se había roto y cada quién para su poroto.
Resultó que me cobraron mi consumo (alivio heterosexual). Pagué
la voluminosa cuenta y me largué. Ahora bebo agua, como buen anciano. Debo dormir.
Mañana estrenaré mi carísimo JRPass —no se rían, ricachones que pueden comprar
ese pase siete veces nomás porque les gustan los colores— y visitaré la primera
ciudad víctima de Einstein. Oyasuminasai.
Apreciado Amadís:
ResponderEliminarLeo, con enorme gusto (bebé duerme) y en plena actitud sibarita (sangría señorial, queso gouda enchilado, cacahuates "japoneses" y jamón ahumado en rebanadas), esa crónica tuya, de autor avasallado por el universo nipón, concretamente de Tokio. Te leo con doble gusto, porque si desde que te conocí, me pareció natural que tuvieras nombre de caballero andante, ahora confirmo con alegría que en efecto, vas por el mundo para contarnos de esos molinos de viento insospechados, ya no en una región ibérica, o francesa, sino en la tierra del sol naciente. Y además, ¡aprendiste el idioma! Caray. Por más balbuceante que sea tu japonés, el punto es que no llegas en el extravío total. Quisiera decirte muchas cosas, pero se me vienen a la mente dos, antes del despertar de Antonio. Una: dale mis saludos a Maese Miyazaki cuando visites el museo del studio Ghibli. Eso sí que me da envidia. Yo tengo un gatobús que me trajeron de allá, y dos Tótoros. Dos, me pregunto por que misteriosa razón, cuando vemos un nuevo lugar, nuestros ojos eligen posarse en determinadas cosas. Tuve varios amigos japoneses en Inglaterra, y conservo algunos hasta la fecha, vía mail, Facebook o Line. Curiosamente, no tienen nada qué ver con ese glamour que tu crónica apunta como una constante. Cierto, coincido contigo en advertir el amor de los japoneses por la belleza. Por lo demás, mis amigos creo que no eran muy convencionales. Una chica haciendo estudios de postgrado en domestic violence. Otra que se fascinaba con la calidez de los mexicanos, porque ella había llevado una educación muy rígida, un jardinero que repartía periódicos en bicicleta, en las madrugadas lluviosas, y tenía que caravanear a los indignados clientes cuando el diario se mojaba. ¿Qué pensabas en ese momento? Pregunté yo un día. El dijo, en inglés, que entre más ruda la puteada, tenía que decir, ¡I am so sorry! Y luego agregó maliciosamente que, para sus adentros, pensaba: fuck off. Una buena lección de parsimonia japonesa, creo yo. Ahora al leerte, me da gusto conocer otro Tokio, con esas fotos increíbles que has añadido. Te mando un abrazo Amadís. Disfruta enormemente tu viaje. Y no dejes de contarnos tus andanzas.