06 septiembre, 2012

Sierpes de plata


La chica de la falda india caminaba pocos metros delante de mí sobre la acera. El viento matutino revoloteaba la falda revelando por breves instantes la delgadez de sus piernas. Su abundante cabello, negro con tonos café, caía sobre su espalda con el suficiente peso para casi no ser afectado por la brisa. Se detuvo bruscamente a unos pasos de la caseta de espera del microbús, casi choco con ella pero conseguí esquivarla, la rebasé y me paré a su espalda. Esperábamos el mismo transporte. Volteó discretamente para espiarme con el rabillo del ojo con la calculada frialdad de las mujeres guapas. Esto me permitió ver su rostro, moreno y mucho más joven de lo que esperaba. Su nariz, afilada y pequeña, recordaba la belleza árabe, hecho reforzado por el color canela de su piel. Sus ojos eran negros y llenos de la luz característica de las personas inteligentes. Su boca formaba una línea recta, inamovible, gesto perfectamente situado entre la indiferencia y la vanidad. Era realmente hermosa. No volvió a voltear durante los dos minutos que esperamos, pero el viento seguía jugueteando con su larga falda. La tela era cruzada por series de coloridos dibujos abstractos, elefantes, soles y árboles. Extensos hilos de plata brillante colgaban de la parte inferior de la prenda, arrastrándose por el suelo como delgadas sierpes. Su pie izquierdo se doblaba rítmicamente sobre el empeine, el único gesto de impaciencia —o humanidad— presente en su cuerpo siempre alerta, siempre hermoso como si en todo momento la siguieran cámaras de cine o flashes de paparazis. Llegó el microbús, ella subió primero. Se perdió entre el mar de gente somnolienta rumbo al trabajo. Sentado entre un oficinista que olía a colonia barata y una señora rolliza, rodeado de gente de pie, lo único que podía ver de la princesa india eran sus pies, el final de la falda y los hilos de plata que se continuaban moviendo como si estuvieran vivos. En el cruce con una importante avenida descendió entre personas fácilmente olvidables y se perdió entre la multitud.

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