06 septiembre, 2012

Tambor



La chica esperaba de pie. Tenía una de esas miradas que parecen estar cansadas de no ver a nadie tan hermoso como ella. Recargaba la parte alta de la espalda en una columna de metal (diseño moderno-intrascendente), el largo pelo castaño se retorcía sobre su cara en ondulados espasmos. No parecía molesta por el frío invernal, el sol amarillento o las miradas de conductores y transportistas; continuaba la espera mientras las máquinas habitadas desfilaban interminables sobre la cinta de asfalto. En la mano llevaba un tambor. No uno de esos hechos a mano por artesanos aficionados a la percusión o de los fabricados por la industria para músicos profesionales, recordaba más bien los de los rarámuris-tarahumaras, breve y circular como un queso. Lo llevaba en la mano izquierda (con él se golpeaba rítmica y suavemente el muslo) con la misma naturalidad con la que cualquier persona carga una sombrilla o juguetea con las llaves de la casa. La miré y lo supe: muchos la habían amado y muchos más lo harían en el futuro, pero su corazón era sólo para uno, uno que no era yo. Proseguí mi camino, un tanto triste.

1 comentario:

Pipicacamoco.