12 diciembre, 2011

Ojos de tigre





Los ojos del tigre se han posado en ti. Levantaste la cabeza y los contemplaste. Has sido seducido, hipnotizado. Es hermoso tu caso. 

Yo viví en el lomo del tigre por algunos años, disputando la sangre a las garrapatas, recibiendo en el rostro la brisa con olor a dólar, amando la imposibilidad de ser lo que no soy. Tú planeas domar al tigre, te pertrechas y afilas tu cimitarra, sonriente con tu extenso abdomen repleto de satisfacción. 

No puedo advertirte porque como en un sueño mis pies se hunden en el fango y mi boca es trabada por serpientes emplumadas, no puedo advertirte porque estás sordo y el único sonido que deseas escuchar de mi garganta es el estertor de la derrota, no puedo advertirte porque en el fondo ansío contemplar tu trayectoria hacia el cenit que se tornará en nadir cuando el tigre te haya devorado. 

Porque te devorará completo, porque no hay forma de domarlo, porque el tigre es el amo. Serás su esclavo, y en esa esclavitud encontrarás tu estrella polar y tu sonrisa y tus zancos, en esa esclavitud te descubrirás a ti mismo, sabrás que naciste para estar ahí, para llevar un fuete en las manos, para hacerle el amor a una hilera de culos perfectos, para ordenar tu trozo de Universo tal como debe hacerse. Es tu funeral, pero a la vez tu entronización. Será hermoso contemplarlo. 

Sé que entonces harás llover fuego de Sodoma y cenizas de Gomorra sobre nosotros, sobre mí, sobre mis pasos. El tigre ruge entre nubes de almizcle y C4, sus pezuñas destrozan ciudades y planetas, su aroma seduce a las flores más bellas del ejido. Es la gloria y es la muerte. Te perderás en los pasillos de espejo, ensordecido por aplausos y gemidos, abominando tu pasado humilde y tus pálidos sueños de juventud. El frenesí asesino te embriagará como oporto y cerveza tibia, la debilidad de los demás, su suplicante deriva te hará carcajearte, te dará ganas de tacos de tripa y suadero, de luces parisinas y esmog neoyorquino, de volar sobre los icebergs y conquistar a los ángeles negros y blancos de tu pasado. Tendrás ante ti a un millón de esclavos y un millón de concubinas. Tendrás ante ti el esplendor de los diamantes de sangre y los disparos láser de las naves espaciales. Tendrás a tus pies a un mundo, parte del mundo, ilusorio como el mío o el de Susana o el del Yoshimitsu, pero donde tú dictarás las reglas y tapizarás con los cadáveres de tus enemigos la entrada a tu palacio. 

Alguna noche, algún día, entre una mordida y otra al pan del desayuno, te alcanzarán algunas astillas de aquel grito que las montañas convirtieron en eco tantos años atrás. Sentirás una mezcla de victoria con inutilidad, de “¿y todo para qué?” combinado a partes iguales con un “pero he ganado”. Tal vez entonces comprendas que es el tigre el que ha ganado, aunque jamás lo aceptes ante nadie, aunque escondas ese sentimiento, esa sapiencia, abajo del felpudo o lo encierres en el sótano donde mantienes recluidas a tus demás debilidades. De cualquier forma no importa. Ya no será posible compararte con quienes has dejado atrás en el camino. Atrás, abajo; atrás y abajo. 

Bendito el día en que miré tus ojos, le dirás al tigre, y le darás un trozo más de alimento, tal vez un poco de tu infancia, tal vez un pedazo de tu menguante reserva de amor. De cualquier forma no importa, hay quienes sacrifican todo y no consiguen nada. Si de todas formas vamos a morir, si la muerte nos hace a todos iguales, ¿para qué esperar hasta entonces? 

Tu victoria es hoy, es ahora, es mesurable y tangible. Lo demás son vapores, palabras, ilusiones estúpidas de los envidiosos y harekrishnas wannabe. Viva Las Vegas. Viva yo; es decir: viva tú. Tu triunfo es el único posible. Los demás somos escenografía. Así siempre ha sido y así siempre será. Bendito el tigre, bendito el reino, bendita la victoria, bendito el poder, bendito tú.

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