28 marzo, 2011

Epitafio para un corazombi (PARTE 1)


I

Siento un derrumbe

inaudito de reminiscencias estacionarias.

Un tiempo taladrado por mefistos voyeristas.

Siento que lloro por las líneas de la mano;

que elucubran mi destino cuatro enfermeras

sentadas frente a una partitura apócrifa,

escrita por un dios primigenio que me odia tanto

como yo a él.

II

Tu presencia

desquicia las brújulas de mi aeronave.

Es un martillo invisible

en el embalaje de la lluvia.

Aquí no hay más que naguales de azotea,

seres idénticos ocultos en la joroba

de Ciudad Frankenstein.

III

Estratosféricos abismos tiñen de colores mi corazombi patizambo.

El reloj perorata sus murmuraciones de trasgo.

Estigmas crípticos cubren tus piernas de aguanieve

mientras la ciudad se coloca su corona de electrodos

ante una noche mal alimentada

y una luna que se estaciona en doble fila.

Una mano huesuda dirige una orquesta de automóviles siderales

y una langosta litúrgica encabeza las exequias del poeta que fui y ya no soy.

IV

Dípteras chimeneas

están humeando

en este paisaje intravenoso.

Entre tú y yo,

un arlequín acuclillado guarda

secretos momificados.

V

Liberen a los escaratrobos,

Plañideros beethovenes lo claman;

elefantezcos motzares escriben sus óperas.

Verbolitos escarban ya en sus patios para plantar jazmines espiroplásticos.

Acuciosos venenamentos parlosiniestros.

Libérenlos:

sus esposas ciberlúbricas los esperan en casa.

VI

Todo es cuestión de atar las horcas

En la estacionaria quilla

donde las monstruosas manos

de mi niño interior fueron cortadas.

Sólo tenemos que seguir el rastro

de manchas amarillentas

para llegar al fondo del corazombi

y escupir ahí

nuestros blancos gargajos

hinchados de desprecio.

VII

Estoy cataléptico

entre poetrapos,

en el hipocampo vectorial

de la hipotermia;

en la herética pléyade tumorosa;

en la mandrágora tropósfera que

ancla sus hechicerías

bajo los bancos de arena de mis párpados.


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