I
Siento un derrumbe
inaudito de reminiscencias estacionarias.
Un tiempo taladrado por mefistos voyeristas.
Siento que lloro por las líneas de la mano;
que elucubran mi destino cuatro enfermeras
sentadas frente a una partitura apócrifa,
escrita por un dios primigenio que me odia tanto
como yo a él.
II
Tu presencia
desquicia las brújulas de mi aeronave.
Es un martillo invisible
en el embalaje de la lluvia.
Aquí no hay más que naguales de azotea,
seres idénticos ocultos en la joroba
de Ciudad Frankenstein.
III
Estratosféricos abismos tiñen de colores mi corazombi patizambo.
El reloj perorata sus murmuraciones de trasgo.
Estigmas crípticos cubren tus piernas de aguanieve
mientras la ciudad se coloca su corona de electrodos
ante una noche mal alimentada
y una luna que se estaciona en doble fila.
Una mano huesuda dirige una orquesta de automóviles siderales
y una langosta litúrgica encabeza las exequias del poeta que fui y ya no soy.
IV
Dípteras chimeneas
están humeando
en este paisaje intravenoso.
Entre tú y yo,
un arlequín acuclillado guarda
secretos momificados.
V
Liberen a los escaratrobos,
Plañideros beethovenes lo claman;
elefantezcos motzares escriben sus óperas.
Verbolitos escarban ya en sus patios para plantar jazmines espiroplásticos.
Acuciosos venenamentos parlosiniestros.
Libérenlos:
sus esposas ciberlúbricas los esperan en casa.
VI
Todo es cuestión de atar las horcas
En la estacionaria quilla
donde las monstruosas manos
de mi niño interior fueron cortadas.
Sólo tenemos que seguir el rastro
de manchas amarillentas
para llegar al fondo del corazombi
y escupir ahí
nuestros blancos gargajos
hinchados de desprecio.
VII
Estoy cataléptico
entre poetrapos,
en el hipocampo vectorial
de la hipotermia;
en la herética pléyade tumorosa;
en la mandrágora tropósfera que
ancla sus hechicerías
bajo los bancos de arena de mis párpados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Pipicacamoco.