29 marzo, 2011

Pelotón de fusilamiento

Puta mediocridad, pura chaqueta mental. Cada cosa en este entorno es falsa, imaginaria, insubstancial. Uno enloquece por rencor acumulado. Otro se siente mejor que todos los demás gracias a su medalla invisible. Aquél no está tranquilo sin las rencillas de la convivencia cotidiana. Ese de allá cree firmemente que una estructura inmaterial lo protege, vuelve importante y da una razón para levantarse cada mañana. Por acá tenemos a un cínico, que hace muchos años dejó de cuestionar y ahora se mueve a la deriva. De este lado podemos apreciar a un ciego de ojos sanos, incapaz de darse cuenta del agujero donde se ha atorado. Más allá parlotea otro con voz de flauta de Hamelin y conduce multitudes a su procesadora de carne. Y hay más: borregos rechonchos sin una pizca de inteligencia, envidiosos profesionales incapacitados para valerse por sí mismos, pedantes hijos de la riqueza material que se piensan hermosos e infalibles de nacimiento, demacrados hijos del hambre sin ninguna oportunidad para dejar de ser hijos del hambre, perezosos acomodaticios que obstruyen la vista a los demás, ambiciosos sin elegancia preocupados únicamente por el brillo de los metales, fantoches de lengua larga y conciencia inexistente, cándidos niños en espera de ser arrancados de su inocencia y pertenecer, ahora sí, a este mundo donde todo parece ir veloz pero nada cambia. Corremos de un lado a otro, mudamos de piel cada día, pero somos los mismos. Tenemos el diseño más reciente de la Fábrica en el bolsillo, o sobre él, o alrededor nuestro, o en nuestra casa, pero nuestros pedos siguen oliendo a mierda. Poseemos títulos enmarcados en la pared, presumimos Cargos antes de nuestros nombres, pero seguimos soñando pesadillas. Hablamos con mucha gente, somos importantes, irrepetibles, decisivos, irremplazables, superiores (sobre todo superiores), pero cuando la realidad se filtra nos ahoga el terror. 



Admiramos a los “grandes” para generar la ilusión de que hay grandes y pequeños. Criticamos la estupidez de los demás sin darnos cuenta que somos los demás. Es tan fácil ser numb. Es tan fácil ser numb y creer no serlo. Es tan sencillo que resulta estúpido no serlo. Amamos/odiamos los espejismos cotidianos, venidos de adentro, afuera o sepalachingada, con tal de no mirar las nubes y sentir el sol, con tal de olvidar que estamos muertos. Cantamos al amor pero tememos amar, incluso decimos: “sólo se ama una vez en la vida”. Alabamos la generosidad, pero nunca damos sin esperar a cambio. Elogiamos a quienes consiguieron salir del pantano y nos indican uno de los infinitos caminos para escapar, pero somos incapaces de seguirlos; es más, si fuera un contemporáneo lo lapidaríamos hasta el olvido. No queremos salir de aquí y añoramos el estar afuera. Preferimos la protección de las instituciones invisibles. Preferimos desperdiciar talento, sensibilidad, crítica o valor para poder “sentirnos algo”. No tiene sentido mi vida si me doy cuenta de lo ilusorio de nuestro mundo. Es como enfrentar el pelotón de fusilamiento sin los ojos vendados. ¿Capacidad? Mucha. ¿Alcance? Infinito. ¿Poderío? El necesario. ¿Resultados? Magros. La raza “avanza” a su pesar, empujada y jalada por individuos excepcionales cuyo último interés era hacer “progresar” al género humano. Los demás nos resistimos. ¿Nos resistiremos siempre? Ahhhh, el placer de quejarse y luego regresar al mismo tiradero. En fin, ya qué, nada va a cambiar de todos modos.

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Pipicacamoco.