26 mayo, 2011

Cómo nunca conocí a Leonora Carrington


Habían pasado cuatro años desde que Kurt Cobain se había volado la cabeza con una shotgun. En aquel tiempo estudiaba por las mañanas en la UNAM y por las tardes en la Escuela de Escritores de la Sogem. Mi amiga Arabel leía El séptimo caballo en uno de esos días en que el maestro llegaba tarde y los alumnos fumaban. Se lo pedí prestado porque sabía que Leonora Carrington pintaba (con un estilo muy parecido al de Remedios Varo, solo que con caballos en lugar de gatos), pero no tenía idea de que escribiera.

Sus cuentos transpiraban surrealismo y me gustaron. Me latió sobre todo la historia de un esqueleto que se quitaba la carne, se salía a pasear y en algún momento un profesor de química se lo quería llevar con él (sería un buen cuento para publicar en el blog, pero como no le he pedido permiso a los herederos, mejor búsquenlo en Google Books). Ese libro de Arabel fue el primer acto.

Años más tarde, en uno de esos momentos en que andaba desempleado y jodido como buen joven escritor no alineado a la República de Nexos, mi amigo Lenin Fajardo (alias Lencho, alias Leña) me invitó a sacar una chamba con él en Indianilla. Trabajar con Leña es como estar en un barco maquiladora chino: estás tres días sin dormir, dándole la vuela a un tórculo y mojando papel. Entre registro y registro, me dijo que tenían un proyecto de los hijos de Leonora Carrington, y otro de la misma Leonora, pero a esas alturas, ella solo les planteaba una idea y ellos la desarrollaban (ya estaba viejita, pues). De cualquier manera nunca conocí a Leonora o a sus hijos, pero estuve cerca. Este sería el segundo acto.

Hoy, en el Twitter la noticia de la muerte de Leonora Carrington a los 94 años fue la locura. Las comparaciones con Remedios Varo fueron la comidilla de los twitteros, finalmente es imposible obviar el estilo que tienen ambas pintoras. Sin embargo este día pertenece a Leonora e imagino que los astronautas extraterrestres que aterricen en Chapultepec cuando la raza humana se haya extinguido encontrarán en sus esculturas enigmas apócrifos de aquella mujer que ya cabalga en el paraíso surrealista, liberada de la carne como un esqueleto feliz que se encuentra avellanas que escupen anfibios y le crece un detector de calabazas en la cabeza.


2 comentarios:

  1. Yo tampoco la conocí. Una compañera de trabajo la seguía para encontrarla "fortuitamente", lo cual me parecía psicópata y me hizo desistir de la idea.

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  2. La idea es que luego estamos bastante cerca de aquellos a quienes consideramos inalcanzables.

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Pipicacamoco.