09 mayo, 2011

El día después de la marcha



Este domingo me levanté tempra para ir a la marcha. Quería estar ahí porque hace tiempo que no veía una movilización así, y sobre todo con esas características: con demandas bien definidas, apartidistas y con una convocatoria tan amplia, que dentro del contingente estaba buena parte del espectro político.
Poco a poco, el contingente comenzó a crecer endemoniadamente, el doble o el triple. Yo estuve un rato con mis amigos marxistas-leninistas de la facultad de filos: traían cargando una manta bien pesada; al final la tuvimos que guardar en una mochila. Ellos venían gritando porque desde su perspectiva no era una marcha para estar en silencio. Lo chido es que ellos también estaban ahí.
Para cuando llegamos a División del Norte y Río Churubusco, la banda ya iba bien asoleada y sudorosa; pero bien combativa, eso sí. Me gustó ver rostros nuevos de todo tipo, personas de todas las edades, estratos sociales e ideologías (chales, creo que soy un maldito cursi). Alcancé a la bandita moreliana con la que siempre me junto en la gasolinería que está en Eje Central y Xola. Ya para ese momento, la marcha se había desbordado.


 
Curiosamente llegamos al Zócalo antes de lo esperado. Pudiera pensarse que en una marcha tan maratónica como ésta y con el sol despiadado del domingo la gente se iría en cuanto llegara al último punto. Pero no fue así, aguantamos vara hasta que Javier Sicilia salió a dar su discurso; un discurso que la clase política tiene que leer con mucho cuidado.
Me quedé con ganas de una propuesta que fuera más allá del pacto que algunas corrientes políticas han criticado. Pienso que pedir la renuncia de García Luna no es suficiente (aunque es un buen comienzo, tomando en cuenta que sus omisiones son las que mataron al hijo de Sicilia, y no como dice Carlos Marín en su columna que Sicilia debe respetarlo porque apañó a los asesinos; el periodismo basura siempre será periodismo basura). Tal vez sea el momento de empezar a accionar, no con marchas, sino cercando a los tres poderes (Ejecutivo, el Legislativo y Judicial) y obligarlos a rendir cuentas y a rediseñar sus estrategias.
Lo que más le duele al poder no es que los insultemos, sino que mostremos unidad, fuerza y capacidad de acción. Me pareció genial la idea de pintar las fuentes de rojo: genera reacciones, los niños le preguntan a sus padres por qué está pintada de ese color e instala la idea de que en la calle algo no anda bien. Curioso que los columnistas de Milenio se unieran todos a una para atacar a la marcha. Es señal de que la visión maniqueísta del “estás conmigo o contra mí” comienza a perder fuerza.



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