09 mayo, 2011

Marcha Nacional, el largo camino

¿Me joden y me aguanto? ¡No mames!



La gente que marchó el domingo 8 representa, de alguna forma, la dignidad de México. 


 Este país no es del gobierno ni de los delincuentes. Es nuestro.



Varias cosas me quedaron claras durante la larga y calurosa caminata de ayer. En primer lugar: la Inteligencia mexicana afín a la izquierda señala a Felipe de los Pinos como principal culpable de este desastre plagado de muerte. Y no es para menos, la guerra ha sido mal planteada, mal resuelta, y se mantiene por el afán de demostrar quién vive en la casa presidencial en vez de combatir eficazmente al socio Chapo y demás narcotraficantes multimillonarios y multihomicidas. Presionar al gobierno es derecho y obligación de los ciudadanos. Pero faltó decirle con mayor fuerza a los grupos criminales que también estamos hasta la madre de ellos. Como es sabido, Sicilia dedicó su carta inicial tanto a gobernantes como delincuentes, pero no se refirió a estos últimos en el discurso leído en el Zócalo. Esta omisión otorga armas a los defensores de oficio del gobierno como Carlos Marín y demás orgullos del periodismo.
En segundo lugar: los agravios son reales y devastadores. Las historias relatadas por padres de jóvenes asesinados antes de que Sicilia leyera su discurso estremecieron a más de uno. La impunidad reina en México. La impotencia del ciudadano común es abismal. Criminales toman vidas y autoridades fingen ceguera. Los relatos de muerte, desesperación e indignación se sucedieron uno tras otro como una prueba del horror que habita aquí mismo, y que muchos preferimos ignorar o reducir a “costo necesario”. El poco valor que otorgan a la vida quienes apoyan la guerra de Felipe, si siempre me ha parecido inhumano y estúpido, tras escuchar de viva voz a los agraviados me resulta ahora detestable. Tal como coreó la gente en el Zócalo al mencionarse uno a uno los nombres de civiles asesinados: no debió morir. Ninguno debió morir. No debido a una guerra motivada por los adictos e intereses gringos. No debido a una guerra mal ejecutada.
En tercer lugar: los mexicanos somos lentos para entender cómo solucionar las cosas. Me sorprendió la resistencia de muchos para asistir a la marcha, o apoyar desde un cómodo escritorio con mensajes en las redes sociales, o cualquier otra cosa. Me sorprendieron aún más las reacciones de burla y desconfianza de mexicanos provenientes de todo el espectro político, famosos y no. Por ejemplo, el célebre diputado Noroña calificó de “sospechoso” el discurso de Sicilia. El perrito fiel de Azcárraga, Ciro Gómez Leyva, criticó que se exigiera la renuncia de García Luna y dio por perdida la fuerza de la “inspiradora marcha”. Julio Hernández dejó entrever que la única salida para el movimiento por la paz es incorporarse a una corriente político-electoral. Y sólo menciono a los que dieron alguna suerte de razones y no se escudaron en el insulto, como la mayoría de los foristas de Milenio o el Universal. La mayoría silenciosa, cuyo sueño es arrullado por la tele y no sufre de pesadillas motivadas por el medio libro que lee al año, se mantuvo indiferente como si los hechos violentos sucedieran en Irak o las Islas Fiji. Diría Susanita: “lo bueno es que el mundo está tan, tan lejos”.
La apatía es la mayor dolencia de México. Es generada, entre otros factores, por el ultraindividualismo tan celebrado y glorificado por el sistema económico y político que impulsan los dueños de Estados Unidos. Es motivada cada segundo por la televisión con sus comerciales y programas. El poder, el dinero, el éxito son todo lo que importa. Comerciantes y publicistas son felices en esta época de no-ideologías. ¿Cómo combatir la apatía? Por lo pronto, pidiendo a nuestros amigos y conocidos que cierren la televisión y enciendan un buen libro.



Estamos vivos, estamos aquí.

Ésa es la realidad: México es genial si eres gran empresario, político o narco (o una mezcla de los tres), pero está jodido si no perteneces a esa pequeña élite. El control cuasi absoluto que ejerce el sistema favorece a 300 sujetos de pocos escrúpulos y embarra a los escasos miles de la clase alta. Para los demás sólo hay migajas. Ésta es la realidad, y negarla es absurdo. Por eso no marcharon millones ayer. Por eso Felipe del Sagrado Corazón continuará su guerra hasta el último día que permanezca en los Pinos. Pero así como es absurdo negar la realidad, también resulta absurdo no intentar cambiarla. Jamás perdamos la perspectiva: somos miembros de una raza, hay que buscar engrandecerla aunque el camino sea largo. Intentar menos es  mediocridad.

Es claro que el aparato de Estado manifiesta una profunda corrupción. La estrategia federal carece de inteligencia. Los gringos consumen las drogas, venden las armas y mantienen la paz en su país mientras nos critican con condescendencia y superioridad moral. Los cárteles han infiltrado todas las instituciones del gobierno, de por sí podridas e ineficientes. Contra el sentido común, en vez de purgar y hacer eficiente a quienes les pagamos para cuidar nuestra integridad física y propiedades, los policías, les seguimos dando dinero, y para cumplir sus funciones utilizamos al Ejército, educado para la guerra. Los soldados se ven obligados a dar vueltas por las calles de Juárez o San Fernando mientras a media cuadra continúan los asesinatos. Como estratega militar Calderón sirve para una mierda.
La seguridad real se crea desde abajo, siembra y fortalece. Atacar los síntomas y no el problema resulta de una cortedad de miras que envilece al espíritu humano. Quienes apoyan la guerra de Calderón olvidan que los miembros de nuestra raza hemos desarrollado múltiples herramientas para solucionar problemas, y si no resulta la negociación realista y civilizada, o sea el necesario tema de administrar lo real, se actúa con fuerza e inteligencia. Pero ni siquiera. Dar empleo a los ni-nis sería una acción eficaz, lamentablemente carece de atractivo para un sujeto que vive agazapado desde 2006 y lo único que lo tranquiliza es el sonido de sus guardias rondando afuera de la habitación. Requisar las voluminosas transacciones que realiza el narco en bancos, empresas y partidos políticos no sería tan mala idea si no fuera porque el “presidente valiente” no tiene el poder (o el interés) para impedir los jugosos bisnes de un par de cuellos blancos de aquí y del otro lado del Bravo. La guerra federal se basa en golpes publicitarios, no en victorias reales (García Luna cuida su imagen y posición en todo momento. Del resto de su chamba no se puede decir gran cosa en un país en guerra). Se destina una miseria a educación, salud, cultura y no existe ninguna política eficiente que promueva el incremento de empleos pagados con decencia. Y la lista de problemas sigue, todos la conocemos.
Por lo pronto, un sector de la sociedad mexicana, quienes marchamos ayer y quienes simpatizan con esta postura, ha decidido que ya no es suficiente con ser crítico y estar informado. Será difícil que el movimiento construido alrededor de Sicilia consiga depurar el sistema político o al menos detener la errónea utilización del Ejército. Pero es el inicio. No nos detengamos, no caigamos en la indolencia ni la cobardía. Está nuestras manos. Siempre lo ha estado.



 México es nuestra casa. Nunca lo olvidemos.

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