11 abril, 2011

Vive Latino 2011: o mis aventuras en el Vive Cochino





Estaba en mi casa iniciándome en la lectura de Haruki Murakami (el ayatola de la nueva ola de intelectualillos jóvenes y anexas) para ver de qué lado masca la iguana, cuando me acordé que días atrás le había comprado un boleto del Vive para el domingo a la prima de una amiga. El caso es que como ya no alcancé tíquet para ver a los Chemical Brothers, decidí como premio de consolación toparlos aunque sea en ese festival que cada año reúne, asegún, a lo mejor del rock hispanoamericano y celebra la pluralidad y la buena onda (goeeeeey, con voz pluriculta de chavita de la Anáhuac).

El viernes estalkeé un poco de la transmisión en vivo por Internet. Me gustaron (por rifados, más no por buenos) Los Estrambóticos. Por divertidos, Los de Abajo (chido que le dedicaron una rola a Rita Guerrero) y Tokio Ska Paradise Orchestra (unos japonésidos que prendieron a la bandera bien gruexo). De Alika y Nueva Alianza soy fan, ni hablar, pero para ser sinceros, cantó un poco feíto esta vez, aunque después se compuso y transmitió sus vibras rastafarizescas pachequihipis. De lo que pasó el sábado no me interesa hablar (es más ni me enteré). Reconozco la estrategia de marketing que explota la nostalgia noventera, y quizás para muchos ver a Caifanes fue como regresar a las pedas de la primaria, pero pues yo francamente pasé sin ver.

Paradójicamente, el domingo también recibí un mensaje del Mateo Calavera vendiéndome un boleto, como buen mexicanote a la mera hora, ya sin tiempo para invitar a nadie (le hablé a mi manager, pero creo que le dio huevita nada más de pensar en la idea, ni modo, ella es más popera).

Como a eso de las 4 de la tarde llegué al Foro Sol, fui por mi boleto y atravesé la Calzada Ignacio Zaragoza. Los que ya se la saben, van primero a las tienditas de enfrente a comprar sus caguamones en vaso al dos por 50 y de paso le echan algo a la anaconda antes de entrar con los mercachifles del festival (que te dejan caer la chela en 70 varos y las hamburguesas en 80, ay güey, ¿no le pierden?). Yo me eché un par de tostadas y una Red Cola. No quería pistar, porque entonces probablemente hubiera llegado a dormir y no a escribir esta reseña.

Al entrar, me recibieron unas chicas vestidas de aborígenes que repartían programas y se tomaban fotos con la cochambrosa. Primero fui a ubicar el escenario Vive Latino (previendo que ahí terminaría el asunto a eso de las 12 de la noche). El look más socorrido de las chavas era blusita y shorts estilo Lara Croft, y la prenda unisex más abundante eran los jeans y las camisetas de colores y diseños locochones. La voz de Fidel Nadal (amigo personal de Alejandro Echavarría, alias El Mosh) emitía algunos cantos pachamámicos. Se escuchaba bien, nada que ver con aquel tristemente célebre toquín en la Facultad de Polacas organizado por el colectivo Conciencia y Libertad en donde hasta el público de orcos, trolls, súcubos y goblins lo hizo llorar.

Luego pasé por la Carpa Roja para ver a Los Daniels en acción. Estos chavillos rifan, prenden y manejan el escenario (sus sencillos Te puedes matar y Quisiera saber, ya son todos unos señores hits). Cuando terminaron su presentación, regresé al escenario principal, en donde Dr. Krápula, una banda colombiana, hacía de las suyas y dedicaba una canción de su repertorio pambolero a todos los chicharitos que juegan en la calle (ots, estos cabrones sí son la pura banda hincha). Compartió el escenario también con ellos, el ajonjolí de todos los moles, Rocco el de la Maldita Vecindad; con sus consabidos choros políticamente correctos de salvemos al mundo. Pero como la mayor parte de la banda es valemadrista (gracias a la cultura hegemónica del consumo y el agandalle), poco faltó para que le aventaran una botella con agüita amarilla.

Ya no alcancé a ver a Telefunka, pero en cambio me chuté algunas rolitas de Puerquerama (a quienes no les saqué foto por respeto a los lectores). Y todavía abordé a tiempo el Escenario Indio para disfrutar de la cachondería de la Mala Rodríguez, que salió al escenario con un traje de Dominatrix y medias de red. Como lo esperaba, cerró con La Niña.

Mientras esperaba a que el staff conectara los instrumentos de La Barranca, compré una cerveza sin alcohol para engañarme a mí mismo y me senté en el pasto un rato. El Vive desde el nivel de cancha es otro viaje. Ahí compruebas que digan lo que digan, la droga sigue llegando a sus hijos (y no sólo llega a ellos, sino que éstos son unos atascados), y que la hipocresía de las campañas televisivas no permea cuando tienes a un monopolio chelero como patrocinador principal de un festival juvenil (y todos sabemos que el alcohol es la puerta de entrada a la marihuana). Diría Ska-P: Lega, legalización.

Al nivel del piso ves de todo: morritos de menos de 4 años dando sus primeros pasos en el terreno del rock; novios durmiendo sobre la grava caliente debajo de los templetes; borrachos indecentes tratando de bajarse del avión; grupitos de amigos cheleando alegremente. En ese viaje andaba cuando salió José Manuel Aguilera al escenario, que aunque ya está cateadón, tiene su público. El sonido de La Barranca es muy diferente a los de las nuevas bandas, lo mismo que sus letras. Son músicos de largo aliento y se les nota. El Alacrán fue para mí lo mejor de su repertorio. Antes de que terminaran, me dirigí al escenario Vive Latino, con miras a alcanzar buen lugar cuando salieran los hermanitos químicos.

No sé a quién se le ocurrió meter con calzador a The National, espero que no haya sido uno de esos hombres de gris snobs que conocen a medio mundo y se los encontraron en una fiesta. Señores: The National no es Interpol, y si acaso pensaron que su sonido jalaría, se equivocaron. Aunque el público mexicano es tan chingón, que le aplaude a lo que le pongan enfrente… siempre y cuando cante en inglés.

Los siguientes en el programa, eran Los Babasónicos (algo así como Los Hombres G de Argentina, pero con un sonido menos meloso). Está bien, lo confieso: tengo mis historias con las canciones de estos güeyes y disfruté mucho desindividualizarme y unirme al público que las coreó. Empezaron poderosos con Sin mi diablo. Se podría decir que tocaron puro hit: Irresponsables, Cuello Rojo (con Sax, como invitado especial), Pijamas, Yegua, Y qué, Pendejo, El loco y El Colmo. También tocaron un par de rolas nuevas y entre la muchedumbre hubo insatisfacción porque les faltó Putita. No quiero imaginar el suplicio que sufrió el vocal con sus pantalones de cuero negro, bajo ese vendaval de luces y con este chingado calor.

El plato fuerte de la noche se retrasó un poco. Mientras tanto, el público se deleitaba con el ya clásico grito misógino y sexista de: ¡Chichis pa’ la banda!, ¡zórrale!; reproducido por los propios organizadores del festival. ¿A quién le den pan que llore?

Y entonces, el momento esperado llegó. El espectáculo de luces y sonido de los Chemical, no dejó lugar a dudas de porqué son los masters del sintetizador. Nos pusieron a saltar y a gritar como pacientes del psiquiátrico. Todos los sueños húmedos en 8 bits de la raza tachera se hicieron realidad: cabezas de clowns y arlequines, bailarines luminosos, robots de cuerda, volcanes en erupción, explosiones de pintura y criaturas computarizadas. Los momentos más energéticos fueron: Galvanize, Hey boy, hey girl, Horse Power y Block rocking beats. Con esta última cerraron en medio de fuegos artificiales y luces estereoscópicas.

EL RINCÓN DEL QUEJICA

En términos generales, el Vive Cochino tiene sus bemoles, pero está bien que siga existiendo, aunque pienso que cada vez recurre a trucos más baratos para alcanzar el máximo aforo. Aunado a ello, es falso que sea un festival plural. Hay cierta variedad, eso es innegable, pero para que sea realmente una fiesta de la diversidad le falta invitar a más bandas: metaleras, balkánicas, punks, hardcoreras, góticas, blueseras, etcétera. Sigue habiendo cierto favoritismo que beneficia a los grupos que son apadrinados por algún productor o amigo rico. Sin ir más lejos, todavía le tienen miedito al rock urbano, el único exponente invitado esta vez fue Charly Montana y me lo pusieron lejos y programado a una pésima hora. Y es que no les conviene que se descuelgue toda la banda de Neza York o Ecatepunk, como efectivamente pasa en esos conciertos en arenas y gimnasios deportivos donde hasta se meten al slam con la caguama en la mano. De lo que se trata es de que la banda rasposa no contamine su Disneylandia rockero; su Tierra de Nunca Jamás.

En cuanto al discurso políticamente correcto, cada vez está más fuera de lugar (pero no hay de otra, hay que seguir insistiendo). De eso me di cuenta cuando escuché algunos chiflidos en el momento en que en las pantallas gigantes salió la consigna de: No más sangre y El pueblo unido jamás será vencido. Ni siquiera pegó la campaña de reciclaje, ni su pretencioso afán de apertura al invitar a algunas ONG a poner su stand de información. Y es que la dialéctica es complicada: la banda va a alcoholizarse y a ver chichis. Resulta por lo menos contradictorio que todo ese discurso político (que está bien que se haga, porque es de los pocos eventos masivos en donde puede hacerse), provenga de un evento patrocinado, por ejemplo, por Coca Cola, una empresa que mientras se hace pasar por socialmente responsable, bajita la mano está acabando con los mantos acuíferos (tan sólo en Chiapas se ha apoderado del 40% de éstos y en Coatepec tiene permitido explotar 6 millones 417 mil y un millón 37 mil metros cúbicos de agua, la nota completa aquí). Me percate de ello al ver el piso: todo mundo tiró su vaso de Sol ahí, aun cuando había una organización ecologista que se comprometió a reutilizarlos si los echaban en los contenedores correspondientes. Espero que esos morrillos que correteaban por aquí y por allá sean más conscientes que sus hermanos mayores. Pero bueno chavitos, nos vemos el próximo año con más morbo y frivolidad para saciar su hambre de desmadre. My finger is on the button.

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