01 abril, 2011

El antepasado


Luna nueva: el hombrecito deja caer sus maletas sobre el diagrama de una colisión de lectones. Una gotera, dos goteras, tres goteras, cuatro goteras. Debajo de cada una hay una cazuela. Sobre la mesa, un dibujo de las fases lunares se pierde en un reguero de escuadras, compases, lápices y piezas de telescopio. La mujer desnuda vuela afuera con las alas que le prestó un ángel cataléptico. La persigue la piel de un gato muerto, que a su vez es atosigada por una batidora eléctrica. En los suburbios de la ciudad se despeñan los asterismos de una constelación que se apagó hace mil años.

Creciente cuasi nueva: el hombrecito saca sus pies de los zapatos. Entre los dedos tiene ampollas que las termitas muerden como si fueran carámbanos azucarados. Una máquina pianista toca Sleigh Ride, unas marmotas de porcelana salen de un cajón y dejan huellitas de sangre por aquí y por allá.

Cuarto creciente: el Príncipe Liendre acecha las raíces capilares del hombrecito, quien toma un volumen de cuentos de Lovecraft para leer mientras defeca en el retrete. Las paredes babean y las ventanas sudan el vaho senil de las orugas gigantes que se arrastran hacia los últimos pisos de los rascacielos, en donde viven los ícaros leprosos para no ser molestados por las gelatinas carroñeras que vagan entre las dimensiones.

Creciente cuasillena: el asesino entra en escena. Su cuerpo es de carne revuelta con antenas de televisión. Sus dientes son de clavos y huesos de pájaros. No tiene ojos pero su olfato lo lleva hasta la cocina de una bruja que está a punto de suicidarse con un pedernal afilado.

Luna llena: todas las horas se meten a sus hormigueros. La mujer desnuda desaparece del cielo. El espacio pierde su razón de ser y prefiere esconderse con el ermitaño que vive en una ratonera al pie de un pentagrama, cuyas notas musicales son violinistas ahorcados.

Menguante cuasi llena: el asesino llora sin ojos y sin lágrimas mientras hace surcos con sus dedos garfios sobre la piel de la bruja moribunda. El hombrecito se limpia la mierda con un tornillo de papel, pero antes de que se dé cuenta, el piso lo engulle con todo y escusado. Los azulejos son un tarot que se desprende de los muros para soltar maldiciones por la ciudad. La pianista mecánica toca un blues bizarro que revienta a las marmotas bailarinas una por una. La Nebulosa del Cangrejo se escurre por una grieta para caer de nuevo en un letargo milenario.

Cuarto menguante: los vampiros lunares salen del refrigerador para escudriñar los cadáveres que se esconden en los rincones. El asesino trata de desatorar sus anzuelos de las tripas de la bruja suicida, salpicando su rostro con heces fecales y jugos gástricos. Un enjambre de máscaras hematófagas lo rodea para engullirlo. Las cazuelas que están debajo de las goteras se desbordan.

Menguante cuasi nueva: la mujer desnuda reaparece en el ojo del huracán. A su alrededor giran cerebros y arterias; dientes e intestinos; alas y gusanos; lunas y meteoros; jeringas y escalpelos; mapas e instrumentos de navegación.

Nueva: el anciano alquimista entra en su casa. Con un amuleto lunar ahuyenta a los vampiros. Con un bastonazo en las paredes del baño, los azulejos vuelven a su sitio. Con una mirada suya las goteras se cierran y sus marmotas de porcelana se unen pedazo a pedazo. Con precisión milimétrica coloca cada pieza en su lugar. Cada sueño en su mapa. Cada estrella en su constelación. Después se sienta en la mecedora con el arcabuz de su tatarabuelo; que en cualquier momento aparecerá por la puerta cargando su equipaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pipicacamoco.